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La piel del lagarto

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cerrados como tratando de robarse un pedazo de<br />

sol que le devolviera el color al cuerpo. Tres meses<br />

aquí y ni un solo día levantó la voz, o se negó a<br />

pasarse el tratamiento. Al mediodía venía la esposa<br />

a visitarlo, Glenda creo que se llama, eternamente<br />

arrecha, como harta de esa fiebre maldita que no<br />

se le quitaba a Humberto. A veces, en las tardes,<br />

cuando la Sala daba miedo de lo roja que se ponía<br />

y los pacientes abrían los ojos como queriendo que<br />

no se hiciera de noche, Humberto lloraba calladito<br />

contra la pared. <strong>La</strong> mujer no supo pero yo sí lo vi<br />

muchas veces. No es que yo lo prefiriera ni nada de<br />

eso como dice la perra de Ligia, que y que le tenía<br />

ganas y se me hacía agua la boca cuando le lavaba<br />

las bolitas y se las entalcaba. Para empezar que a mí<br />

nunca me tocó bañarlo, tuve que decirle a Ligia que<br />

dejara la habladera, que si Pablo se enteraba la que<br />

se armaba. En la revista los médicos se hacían los<br />

pendejos frente a la cama de Humberto, les daba<br />

como pena no tener ni idea de lo que pasaba y francamente,<br />

ya no hallaban que otra mentira decirle.<br />

<strong>La</strong> verdad es que la vida es bien rara. Una mañana<br />

que estaba lloviendo, me acuerdo bien, Humberto<br />

amaneció sin fiebre. Ya ni le ponían nada, los<br />

médicos esperaban que se terminara de morir, pero<br />

de repente esa mañana Humberto amaneció sin<br />

fiebre, incluso se comió la morta<strong>del</strong>a gris <strong>del</strong> de-<br />

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