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Luego, el plan de Dios. Ja. Jaja. Ja: el seminario.<br />
<strong>La</strong>s duchas, las duchas, las manos en la oscuridad,<br />
los labios, las curvas, el rechinar de dolores <strong>del</strong>iciosos,<br />
la extrema tensión de cada músculo excepto los<br />
<strong>del</strong> cuello, que se desgonzaban al sentir la cabeza<br />
<strong>del</strong> palo que me exploraba las entrañas. El plan que<br />
Dios trazó para mí con cada mamada, con cada explosión<br />
de semen en mi cara, con cada cuerpo vuelto<br />
sombra sobre sombra. El plan que llevó a cada<br />
niño a mi oficina, al confesionario, a la enfermería<br />
<strong>del</strong> Colegio, para que yo buscara en sus ojos asustados,<br />
en sus cuerpos ya rotos, algo de alivio. El plan<br />
con que Dios dispuso que un día empezara a perder<br />
peso. El plan que dejó unos planetas violeta en mi<br />
cara y en mi torso, el plan que alojó unas larvas de<br />
gusano en mi cerebro, ayer me las mostró la doctora<br />
Mata en la radiografía, se veían como unos capullos<br />
de algodón en un grabado japonés, pero eran<br />
gusanos, con un nombre misterioso, gusanos que<br />
comían mi cerebro con un hambre atroz, devorando<br />
mis recuerdos, comiéndose mi vista, masticando<br />
mis palabras, y que a veces, en el rumor de las palmeras<br />
que rozaban la ventana, me hacían escuchar<br />
algo, no sé, algo distinto que ya no importa.<br />
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