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esos. Pidió mi lengua e intentó arrancarla de raíz.<br />
Yo gemí y ella la soltó avergonzada. <strong>La</strong> penetré festivo,<br />
gozoso de su recibimiento. Nos concentramos<br />
en movimientos suaves y espasmódicos como un<br />
mambo, al final de cada embestida ella daba un saltito<br />
con sus muslos para sentir la raíz, su parte más<br />
gruesa, accediendo a las entrañas. ¿Unos minutos?<br />
Y explotó en un orgasmo de cinco puntas. Temblaba<br />
como epiléptica, yo la abrazaba con gesto de<br />
timonel. Como un espadachín lo sacó de su vaina y<br />
me preguntó, generosa:<br />
—¿Qué quieres? —y se inclinó para ensalivármelo<br />
con ternura.<br />
—Metértela por detrás.<br />
Parecía el sastrecillo valiente. Suspiró:<br />
—Está bien, dame por el culo.<br />
<strong>La</strong> acerqué cauteloso y aparté sus nalgas con mis<br />
manos, explorando sus profundidades. En el fondo<br />
se vislumbraba un huequito que emitía una luz<br />
tenue. Se lo acomodé decidido, ocupando el túnel<br />
angosto. Ella estiró el cuello como una yegua asustada<br />
y dijo que no en el último instante. Puso cara<br />
de disculpa. Yo me masturbé y le acabé en el pecho.<br />
Plácidos nos dedicamos a tocar nuestros cuerpos.<br />
Marla me hablaba de su padre, un alcohólico y yo le<br />
hablaba <strong>del</strong> mío (no contarle de quemaduras como<br />
planetas en el antebrazo de los golpes concienzu-<br />
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