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Wiscon<br />
Antes de que a Wiscon lo matara un Metropolitano<br />
de un tiro en la cara se enamoró de una flaca<br />
de Economía que se la pasaba en la biblioteca de la<br />
Escuela de Historia. <strong>La</strong> entrada de la biblioteca era<br />
toda de vidrio, desde afuera se veía a los estudiantes<br />
leyendo, absortos como peces dormidos. Por semanas<br />
Wiscon se la pasó pegado a la puerta mirando<br />
a Olivia Olivo, como la bautizó el rata de Ratael,<br />
y tratando de que no lo vieran cuando le pasaba<br />
la lengua al cristal, dejando una manchita de caracol,<br />
su deseo silente. Wiscon nunca le habló, que se<br />
sepa, a veces la seguía cuando Olivia iba al comedor<br />
o cuando caminaba ingrávida hacia la parada<br />
<strong>del</strong> carrito y atravesaba la Tierra de Nadie como<br />
una palmera estremecida por el viento violeta de las<br />
tardes. Wiscon era un animal de costumbres: en las<br />
mañanas salía de su cueva de Arquitectura, hacía<br />
sus abluciones en un chorrito <strong>del</strong> jardín que daba a<br />
las canchas de Ingeniería, se ejercitaba con los potes<br />
de Pepsi y un saco de boxeo que se robó <strong>del</strong> Gim-<br />
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