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unas conchas secas de cangrejo y Nela me preguntó<br />
dónde tenían el corazón los cangrejos. No recuerdo<br />
bien qué le respondí, pero no estuvo de acuerdo, me<br />
dijo que debajo <strong>del</strong> caparazón debía estar, que los<br />
cangrejos siempre tenían el corazón tibio, calentado<br />
por la arena, me dijo. Tomó una de las tenazas y<br />
la guardó en su tobito amarillo, quería hacerse un<br />
collar con la punta de la pinza rosada.<br />
Todo ha ocurrido muy rápido, tampoco entiendo<br />
nada. Kranya está cada vez más flaca, las ojeras la<br />
hacen lucir más bella, más distante. Aquí hay ruido<br />
siempre, pasos, voces, pitos acompasados, llantos;<br />
los médicos no hablan mucho, parecen estar siempre<br />
cansados, como si estuvieran perdiendo la pelea<br />
y no entendieran mucho adónde se dirigen. Manuela,<br />
sin pelo y con el tapabocas (aquí todos los<br />
niños parecen de otra especie, extraterrestres extraviados<br />
en un gusano de luz) me mira con sus ojos<br />
de miel como si quisiera preguntarme algo entre<br />
jadeos. Hoy, que volví a faltar a la oficina, busqué,<br />
en el revuelo de su cuarto deshabitado, la tenaza<br />
<strong>del</strong> cangrejo que guardaba en su cajita de música,<br />
la atravesé con una cinta de cuero y se la puse en el<br />
cuello a la hora de la visita.<br />
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