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pre. En la pared blanca de la morgue, escrita, una<br />
promesa de amor. Pensó: allí dentro, en el piso, los<br />
cadáveres yacen, uno sobre otro. Aceleró en la curva,<br />
descendió entre árboles y edificios. Una extraña<br />
calma. Resignado, se sumergió en el ruido de la<br />
avenida. Un fiscal levantaba y bajaba las manos con<br />
desesperación. Sudaba. Luchó contra el deseo de<br />
echarle el carro encima, le pasó a un lado, tan cerca<br />
que creyó ver miedo en el rostro <strong>del</strong> espantapájaros.<br />
<strong>La</strong>s doce <strong>del</strong> mediodía. Al norte, el cerro era una<br />
ola cuajada en tierra, una amenaza de desgajarse sobre<br />
la ciudad.<br />
—Es lo único que nos queda.<br />
—¿Qué?<br />
—El cerro, es lo que nos queda.<br />
—Lo que faltaba, no vas a llorar justo ahora.<br />
Hace tiempo. Acostado, intentaba aserrar los barrotes<br />
de madera de la cama. Tenía fiebre, las paredes<br />
se estiraban y recogían como un acordeón. El<br />
vértigo. Su mamá había dejado té y aspirinas. Se<br />
había librado de un día de escuela, pero, a cambio,<br />
las burbujas en la boca que le impedían comer. Tenía<br />
sed, la eludió pensando en lo lejos que estaba<br />
la nevera de su cuarto. Escuchó el crujido exacto<br />
de la cerradura. Alguien entraba. Pasos largos: ¿su<br />
papá? ¿Cuánto tiempo que no le veía? Era el tío. Le<br />
trajo unas llaves inmensas de plástico: una azul, una<br />
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