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nasio Cubierto y luego caminaba como un tractor<br />
al comedor a atiborrarse de la avena grumosa que<br />
sólo a él le gustaba. Le parecía un <strong>del</strong>eite, la verdad,<br />
se zampaba tres escudillas y luego raspaba el<br />
peltre para no perdonar los restos que se quedaban<br />
pegados <strong>del</strong> fondo. Después <strong>del</strong> desayuno se iba al<br />
Hospital a ver si se podía colar por una de las puertas<br />
pero ya los vigilantes andaban mosca. Se ponía<br />
como loco, el pobre Wiscon, si no lo dejaban entrar;<br />
le encantaba sobre todo ir a las revistas de Medicina<br />
y a las reuniones anatomopatológicas para sentar<br />
cátedra mientras se atusaba los bigotes de charro<br />
enhiestos por la avena seca. No se sabe cómo, pero<br />
Wiscon aparecía en cualquiera de las Asambleas<br />
que pululaban por la universidad. De estudiantes,<br />
de empleados, de profesores, de jubilados, de la<br />
tercera vía, de los mariguaneros <strong>del</strong> estadio, de los<br />
obreros sindicalizados, de los cheerleaders de Arquitectura,<br />
de las lesbianas de la Escuela de Letras,<br />
de filósofos cirróticos, de autoridades asustadas, de<br />
revolucionarios cansados, de investigadores agobiados<br />
por el silencio; las reuniones de la FCU eran sus<br />
preferidas, allí iba y soltaba su teoría <strong>del</strong> mo<strong>del</strong>o<br />
imperialista de la Escuela de Wiscon Wisconsin.<br />
Una tarde estábamos Ratael, El Mesié, Asuracenturix<br />
y yo metiéndonos un cacho leve detrás <strong>del</strong><br />
Aula Magna y apareció Wiscon a adoctrinarnos de<br />
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