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La piel del lagarto

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—Coño, me haces daño —decía Stayfree gozoso.<br />

Al poco tiempo entró. Cincuenta, cincuenta y<br />

cinco años, <strong>del</strong>gado y fuerte, cabello corto bien peinado,<br />

canas en las sienes, una esclava de oro brillaba<br />

en su muñeca izquierda con gesto cansado y se acomodó<br />

en una esquina de la barra.<br />

Euclides lo señaló en silencio, adivinando su<br />

identidad. Stayfree frunció los labios, miró al techo:<br />

—Ese es un vicioso, le gustan las emociones fuertes,<br />

hacer daño, mi amiga Diosa terminó en el hospital,<br />

tuvieron que operarlo para sacarle una cadena<br />

de oro <strong>del</strong> culo. Es un pesado. Militar. Un enfermo.<br />

A Smith le costó convencerlo, Stayfree se levantó<br />

y se acercó a Rangel con pasos leves, al poco<br />

tiempo caminaban hacia el baño: Stayfreee <strong>del</strong>ante,<br />

danzando como rumbera y el coronel atrás, marcial<br />

y dueño <strong>del</strong> mundo.<br />

Se encerraron en una de las cabinas, donde ya estaba<br />

Smith sentado en la poceta. El coronel ordenó<br />

en voz baja:<br />

—Este mariquito que te la chupe, negro bello,<br />

mientras yo lo trabajo por detrás.<br />

El puño de Smith estalló en el centro de las bolas<br />

de Rangel, que se dobló con la boca abierta, buscando<br />

aire. Stayfree ensayó un gritito histérico que<br />

Smith calló de un golpe en la nuca, obligándolo<br />

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