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vados de las aguas. El corazón era un desorden de<br />
ruidos y chasquidos, parecía que en algún momento<br />
iba a salir Pérez Prado gritando «maaaaaammbo».<br />
—Mejor lo hospitalizamos —le dije.<br />
En esta parte nadie nos gana a los médicos. En<br />
esa frase grave dicha con seguridad. En la mano<br />
impecable que arruga el estetoscopio y lo arroja con<br />
descuido en la bata. Cuando ella abrió los ojazos<br />
ensanchados por las lágrimas, este servidor se le<br />
acercó y le tomó las manos, suavemente, sin apuros,<br />
que la gacela calme tranquila su sed en el recodo <strong>del</strong><br />
manantial bajo el cielo abierto <strong>del</strong> Serengueti.<br />
—Es lo mejor para él. Aquí podemos cuidarlo<br />
bien. —Mientras le decía esto recordé la cocina <strong>del</strong><br />
hospital. Nunca en mi vida, lo juro, ni cuando médico<br />
rural en Maroa, había visto unas cucarachas<br />
tan grandes. Al hijo de puta <strong>del</strong> director yo lo agarraba<br />
y lo amarraba en su silla, le ponía <strong>del</strong>ante el<br />
busto de Vargas que está en la entrada <strong>del</strong> Hospital<br />
y lo hacía almorzarse al menos cuatro de esas<br />
mutaciones conchudas, lo obligaba a chuparle las<br />
cabezas duras como langostinos al vapor, yo a ese<br />
cabrón no lo puedo ni ver. Pero al grano Ambrosio,<br />
caballo seis alfil rey, jaque.<br />
Órdenes en la historia, solicitud de exámenes, radiografías,<br />
indicaciones y ya está la enfermera con<br />
su cara de culo debidamente instalada llevándose<br />
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