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—Me huele a perversión, a alguien se le fue la<br />
mano en la búsqueda <strong>del</strong> placer, Miguel.<br />
Se despidió con una palmada de Delibes, y salió<br />
con paso de pantera hambrienta por la puerta de<br />
personal, más discreta. En el muro blanco frente a<br />
la morgue un perrocalentero que lo conocía le sirvió<br />
sin preguntar un emparedado a su gusto: pan,<br />
salchicha y papitas, sin salsas, ni cebolla.<br />
II<br />
Smith decidió caminar hasta la oficina. Encendió<br />
el primer panatela <strong>del</strong> día, un Montecristo. Un<br />
gusto caro, regalo de un amigo de la Embajada cubana.<br />
Buscó un teléfono público que funcionara,<br />
llamó a su secretaria y giró instrucciones. Treinta<br />
cuadras hasta la oficina. Se demoró complacido en<br />
un sendero con edificios residenciales a cada lado,<br />
extrañamente en silencio a esa hora <strong>del</strong> día. El cerro<br />
brillaba como hecho <strong>del</strong> papel lustrillo, siempre lo<br />
sentía como un acompañante silencioso, un monstruo<br />
benévolo, comprensivo.<br />
Llegó a su oficina en cuarenta minutos. Señaló a<br />
su secretaria el cuarto de interrogatorios y ella afirmó<br />
en silencio. Smith abrió la puerta y se mantuvo<br />
bajo el marco unos segundos, conocedor de la im-<br />
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