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ta años o más, vestida como ama de casa. Se reían<br />
mucho. Le vendí un poco de punto rojo; la señora<br />
fue quien le dio el dinero. Se encontraban a veces<br />
con otro cliente mío, Rangel, coronel <strong>del</strong> ejército.<br />
Ana lo trataba con cierto desdén, en una oportunidad<br />
los vi hablando en un banco <strong>del</strong> parque, Ana lo<br />
insultaba en voz baja, él creo que lloraba mirando a<br />
los carros pasar.<br />
Agarró a Juan de Dios por la chaqueta y lo sacó<br />
de su oficina. Luego llamó a Arsenio, un contacto<br />
en informática de las Fuerzas Armadas y le pidió<br />
verlo.<br />
—Sí te vienes ya, pero en taxi, ni se te ocurra<br />
venir a pie —le dijo.<br />
Smith sonrió. Hizo otra llamada: Péndulo Pérez,<br />
un peruano que hacía las veces de ayudante. Le dio<br />
instrucciones de meter la nariz en casa de los Carvallo<br />
y las ventas de trofeos cercanas y traerle un<br />
informe antes de las seis de la tarde.<br />
Al otro lado de la línea, silencio. Smith imaginó<br />
el gesto de asentimiento de su ayudante.<br />
—Cómo ahorras palabras, Péndulo.<br />
Silencio.<br />
Smith suspiró al poco tiempo y colgó. Bajó a la<br />
calle y tardó unos minutos rechazando taxis en estado<br />
de descomposición. Al fin se decidió por un<br />
Ford <strong>del</strong> setenta y ocho, amplio y grasiento como<br />
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