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La piel del lagarto

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Infecciosas<br />

«Estas son las pruebas que nos manda Dios» me<br />

susurró el Obispo acariciando levemente mi mano<br />

derecha, más bien, la rama seca en que se había<br />

convertido mi mano derecha.<br />

«Debes tener fuerza, hijo, y templanza». Con ese<br />

tono de quien ha hecho un tour por el cielo y le<br />

dieron las indicaciones precisas de cómo hablarle<br />

a los condenados, a los expulsados, a quienes nada<br />

podían esperar de este tránsito llamado vida. Que<br />

cursi soy, siempre he sido cursi, debo haber nacido<br />

con unas cintas de raso azul atadas a mis manos<br />

como un querubín, cursi desde la forma de mi cuerpo,<br />

abombado en las caderas como una pera, hasta<br />

las pestañas tan largas que a madre tanto le gustaban,<br />

soy, era, el colmo de lo blando, de lo viscoso.<br />

Este tránsito llamado vida. Hay que ver, hay que<br />

ser capullo, hay que ser imbécil, hay que pasarse <strong>del</strong><br />

temor a Dios para llamar a la vida tránsito.<br />

—¿Por qué a mí, monseñor, por qué? —¿por<br />

queeeeeee a miiiiiiii, pooooorrrr queeeeeee?, gemía<br />

quedamente la pera podrida en los costados.<br />

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