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La piel del lagarto

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Decidió ver pasar las horas sentado en un banco<br />

contando sus respiraciones y mirando a los patinadores<br />

en la avenida.<br />

<strong>La</strong> noche llegó arrancándole al cielo fogonazos,<br />

haciendo todo rojo por instantes, iluminando por<br />

última vez en ese día rostros aliviados que vuelven a<br />

sus madrigueras. Smith pensó que no había comido<br />

nada desde la mañana y se dispuso a entrar en<br />

acción.<br />

IV<br />

En el Flames es fácil entrar si la estatura se convierte<br />

en una promesa. Humo y el calor de cientos<br />

de cuerpos desesperados, frotándose, rostros sudados<br />

y bocas chupando otras bocas, música a todo<br />

volumen, gemidos entrecortados desde las cornetas:<br />

una negra afirma que sobrevivirá. Una niña muy<br />

<strong>del</strong>gada y blanca baila con una gorda que le habla<br />

al oído. <strong>La</strong> niña niega con una sonrisa, la gorda le<br />

pasa los brazos por el cuello e insiste, la niña asiente<br />

resignada, mira al piso con un suspiro y se deja llevar<br />

de la manos hacia un pasillo oscuro. Hombres<br />

con aspecto próspero sonríen a Euclides desde una<br />

mesa. Un trago le llega a las manos, invita un viejo<br />

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