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compró también una botella de ron y dos vasos de<br />
plástico.<br />
Cuando llegaron al muelle, un movimiento extraño.<br />
Sobre la arena, como víctima de una guerra,<br />
decenas de tiburones abiertos en canal. Cuerpos<br />
metálicos, de vientres blancos y ásperos, la boca terrible<br />
entreabierta en una mueca de hastío, los pescadores<br />
tomaban las vísceras humeantes y las arrojaban<br />
al mar, los pelícanos y las gaviotas se lanzaban<br />
feroces tras los despojos. <strong>La</strong> niña dijo:<br />
—Los tiburones son malos.<br />
Los pescadores continuaban tasajeándolos, cortaban<br />
las aletas con desdén y las arrojaban en unos<br />
huacales de madera. Mario pensó en una comiquita<br />
de su infancia, llegaba un cliente a un restaurant y<br />
pedía sopa de aleta de tiburón y el mesonero traía<br />
un plato humeante donde sobresalía, nadando, una<br />
aleta. Se preguntó por qué nunca había ido a un<br />
sitio donde le sirvieran una sopa de esas. <strong>La</strong> niña<br />
continuaba extasiada viendo cómo la arena se teñía<br />
de púrpura. Un niño <strong>del</strong> pueblo había arrancado<br />
los ojos de uno de los tiburones y se los ponía en la<br />
cara, persiguiendo a otros niños que corrían sonrientes.<br />
De repente, todos participaban <strong>del</strong> festín:<br />
los pescadores, los habitantes <strong>del</strong> pueblo, que esperaban<br />
su parte en el asunto, Mario tomaba fotos, el<br />
niño corría con sus prótesis oculares, la niña miraba<br />
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