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La piel del lagarto

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<strong>del</strong> trauma psíquico de modo convincente, como<br />

si fuera de su dolor más oculto <strong>del</strong> que discurriera,<br />

de su propio abandono, de su íntimo insomnio.<br />

Vuelta al lugar de los acontecimientos y las aguas<br />

furiosas tragándose un barrio entero. Un periodista<br />

descendía como un zamuro hasta un sobreviviente<br />

y le mostraba el micrófono como una garra: ¿Se te<br />

murió alguien? ¿Cómo te sientes porque perdiste<br />

la casa, y a tu hijo? Excelente hubiera sido, digo yo,<br />

que un damnificado hubiera rescatado un bate, un<br />

bate de madera o de aluminio, da igual, olvídate de<br />

Sammy Sosa, y le hubiera hecho swing en el temporal,<br />

un poco por arriba <strong>del</strong> audífono, para hacer<br />

la pregunta igual de obvia: ¿Te duele? ¿Más hacia la<br />

frente o hacia atrás?<br />

Seguía pareciéndome ajeno. Por ningún lado<br />

aparecía el club donde aprendí a nadar unas vacaciones,<br />

ni la playa a la que Hercilia y yo nos escapábamos<br />

<strong>del</strong> hospital algunas tardes para mirar el mar<br />

en silencio, la agresividad perseverante de las olas,<br />

las aves indiferentes y disciplinadas. En momentos<br />

así creo que amaba a Hercilia, sus manos suaves<br />

que calmaban el temblor de las mías, sus hombros<br />

de persona que siempre dice la verdad (era cierto,<br />

jamás mentía, al menos que yo sepa).<br />

Se me metió el diablo. No me fue difícil desnudar<br />

a Irene, aunque se resistía, me arañaba, pateaba.<br />

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