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Difícil explicarle a <strong>La</strong>ura que Zitarrosa era una<br />
tarde de lluvia en San Juan de las Galdonas, el olor<br />
a sexo de la tierra mojada, la mirada de perfil de la<br />
espalda y ancas de esa mujer que una vez jugó a la<br />
mentira de acogerloen su seno, la caida despreocupada<br />
de su brazo blanco sobre la entrepierna tranquila<br />
<strong>del</strong> negro.<br />
—Está bien, <strong>La</strong>ura, recuerda a Sa<strong>del</strong>: No le cuentes<br />
a nadie mi historia.<br />
—Qué romántico, Eucli, casi igual que el día que<br />
terminé en la Emergencia <strong>del</strong> Clínico ¿Te recuerdas<br />
que nadie se creyó el cuento de la caída por las<br />
escaleras?<br />
—Está bien, <strong>La</strong>ura. Saludos a la niña.<br />
—A veces pienso que ni te acuerdas de su nombre.<br />
—<strong>La</strong>ura, que te coja un burro —y colgó suavemente.<br />
El caso <strong>del</strong> poeta que ahogaron en una piscina<br />
sus compañeros. Todos libres: el poeta no sabía nadar,<br />
los hematomas en la región occipital fueron<br />
atribuidos a los azulejos de la pileta. Demasiados<br />
muertos importantes en este país para preocuparse<br />
por un pobre diablo. Recordó un verso encontrando<br />
entre sus papeles, en el cuarto <strong>del</strong> hotel de putas<br />
donde vivía: la tristeza es una vaca amarrada a un<br />
río.<br />
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