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Van Vogt, Alfred. E - Slan.pdf

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lo tenía! Ahora comprendía por qué su mente lo había eludido durante tanto tiempo. Sus<br />

pensamientos se habían difuminado en mil diferentes temas, sin fijarse en ninguno,<br />

captando sólo los conceptos superficiales de un fondo de pensamientos.<br />

No se trataba de John Petty ni de Kier Gray, pues ambas líneas de razonamiento podía<br />

seguirlas exactamente una vez las había captado. Su presunto agresor a pesar de toda su<br />

inteligencia, se había delatado. En cuanto entrase en la habitación de ella...<br />

La idea se cortó. Su mente se elevaba hacia la desintegración bajo el efecto de la<br />

verdad que había aparecido ante ella. El hombre había entrado en la habitación y en<br />

aquel mismo instante estaba avanzando de rodillas hacia la cama. Kathleen tuvo la<br />

sensación de que el tiempo se paraba, nacida de la obscuridad y de la forma como sus<br />

mantas que la sujetaban, cubriendo incluso los brazos. Sabía que el menor movimiento<br />

produciría un crujido de las sábanas almidonadas y el asesino se arrojaría sobre ella<br />

antes de que pudiese moverse; la sujetaría bajo las mantas y la tendría a su merced.<br />

No podía moverse. No podía ver. Sólo podía percibir la excitación que iba aumentando<br />

en el cerebro de su asesino. Sus pensamientos eran rápidos y olvidaba difundirlos. La<br />

llama de su asesino propósito ardía en su interior con tanta fuerza y ferocidad que<br />

Kathleen tenía que apartar su mente de ella porque le producía un dolor casi físico. Y en<br />

aquella total revelación de sus pensamientos, Kathleen leyó toda la historia de la<br />

agresión.<br />

Aquel hombre era el guardián que habían puesto en la puerta de su habitación. Pero no<br />

era el de costumbre. Era curioso que ella no se hubiese fijado en el cambio. Debieron<br />

hacerlo mientras dormía o bien estaba demasiado preocupada con sus propios<br />

pensamientos para fijarse en ello. Mientras el hombre se ponía de pie sobre la alfombra y<br />

se acercaba al lecho captó su plan de acción. Por primera vez sus ojos se fijaron en el<br />

brillo del cuchillo en el momento en que levantaba la mano.<br />

Sólo había una cosa a hacer. ¡Solo podía, hacer una cosa! Con un rápido gesto que<br />

desconcertó al propio agresor, le echó las mantas sobre la cabeza y los hombros y se tiró<br />

de la cama, perdiéndose, sombra entre las sombras, en la obscuridad de la habitación.<br />

El hombre luchaba por desasirse de la manta sujeta por los delgados, pero<br />

extraordinariamente fuertes brazos de la muchacha, y en el gemido ahogado que lanzó<br />

había todo el terror de lo que podía significar ser descubierto.<br />

La muchacha captaba los pensamientos y oía los gestos del hombre mientras andaba a<br />

tientas buscándola en la obscuridad. Quizá no hubiera debido moverse de la cama,<br />

pensó. Si de todos modos la muerte tenía que alcanzarme mañana, ¿para qué<br />

demorarla? Pero en el acto supo la respuesta; supo que un ansia de vivir se había<br />

apoderado de ella y, por segunda vez aquella noche, que aquel visitante nocturno era la<br />

prueba de que había alguien que temía que la ejecución no se llevase a cabo.<br />

Lanzó un profundo suspiro. Su excitación se desvaneció en las primeras palabras de<br />

desprecio que pronunció ante los vanos esfuerzos de su asesino.<br />

- ¡Estúpido! - dijo, con el desdén en su voz infantil y, sin embargo, totalmente privada<br />

de infantilismo en su aplastante lógica -. ¿Es qué crees poder llegar a un slan en la<br />

obscuridad?<br />

El hombre se lanzó hacia el lugar de donde salía la voz golpeando las tinieblas de una<br />

manera lastimosa. Lastimosa u horrible, porque sus pensamientos estaban ahora<br />

invadidos por el terror. Un terror que llevaba en sí algo repulsivo y que hizo estremecerse<br />

a Kathleen mientras permanecía de pie, descalza, en el rincón opuesto de la habitación.<br />

De nuevo habló, con voz vibrante, infantil:<br />

- Harás mejor en marcharte antes de que nadie se dé cuenta de lo que estás haciendo<br />

aquí. Si te vas en seguida no te delataré a Mr. Gray.<br />

Vio que el hombre no le creía. Tenía demasiado miedo, demasiadas sospechas y<br />

súbitamente dejó de buscarla en las tinieblas y se lanzó desesperadamente hacia la<br />

puerta donde estaba el interruptor de la luz. Kathleen sintió que sacaba un revólver del

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