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La llama de su emoción fue extinguiéndose lentamente. No se dijo nada nuevo y<br />
finalmente tomó un autobús para dirigirse a su casa. La obscuridad iba cerrando sobre el<br />
caluroso día de primavera. El reloj de una torre marcaba las siete y diecisiete minutos.<br />
Se acercó al patio lleno de basuras con su habitual precaución. Su mente penetró en el<br />
desaliñado edificio y se puso en contacto con la de Granny. Suspiró. ¡Otra vez borracha!<br />
¿Cómo diablos podía soportar aquel estado, aquel cuerpo de caricatura? Tanta bebida<br />
tenía que haber deshidratado ya su organismo. Empujó la puerta, volvió a cerrarla tras él<br />
y se detuvo, inmóvil.<br />
Su mente, en contacto casual con la de Granny, acababa de recibir un choque. La vieja<br />
había oído la puerta al abrirse y cerrarse y aquello había dado una breve actividad a su<br />
cerebro.<br />
No debe saber que he telefoneado a la policía... Tengo que alejarlo de mi<br />
pensamiento..., no puedo tener un slan a mi lado..., es peligroso, tener un slan..., la policía<br />
cercará las calles...<br />
VIII<br />
Kathleen Layton cerró los puños con rabia. Su frágil y joven cuerpo se estremeció de<br />
repulsión conocer los pensamientos que le llegaban por de los corredores. Davy<br />
Dinsmore, con sus diecisiete años, la estaba buscando, avanzaba hacia la baranda de<br />
mármol desde la cual contemplaba ciudad, envuelta ya en el manto húmedo y tenue de<br />
aquella calurosa tarde de primavera.<br />
La niebla iba cambiando constantemente de dibujo. Unas veces era como tenues<br />
copos de lana que ocultaban los edificios, otras como un leve velo que extendiese su fina<br />
rama sobre el cielo azul.<br />
Era curioso, la vista hería sus ojos, pero sin serle desagradable. La frialdad del palacio<br />
parecía llegar a ella por los corredores y las puertas abiertas, rechazando el calor del sol.<br />
Pero el resplandor subsistía.<br />
El susurro de los pensamientos de Davy Dinsmore iba creciendo, acercándose. Veía<br />
claramente que intentaría persuadirla una vez más de que fuese su amiga... Con un<br />
estremecimiento final, la muchacha rechazó aquellas ideas y esperó a que apareciese.<br />
Había sido un error mostrarse amable con él, si bien durante los años dieces le había<br />
evitado muchas molestias poniéndose a su lado contra los demás. Ahora prefería su<br />
enemistad a los pensamientos amorosos que se filtraban de su cerebro.<br />
- ¡Oh! - dijo Davy Dinsmore saliendo por la puerta - ¡Aquí estás!<br />
Ella lo miró sin sonreír. Davy a los diecisiete años era un muchacho desgalichado, con<br />
las largas mandíbulas de su madre, que parecía estar siempre mofándose de los demás,<br />
incluso cuando se reía. Se acercó a ella con un aire agresivo que reflejaba los<br />
ambivalentes sentimientos que lo ligaban a ella; por una parte, el deseo de conquistarla<br />
físicamente, por otra, el auténtico deseo de herirla de alguna forma.<br />
- Sí, sola - dijo Kathleen -. Esperaba poder estar sola para cambiar.<br />
Sabía que la fibra de Davy Dinsmore tenía una insensibilidad que lo hacía inmune a<br />
estas respuestas. Los pensamientos que brotaban de su cerebro permitían a Kathleen<br />
saber perfectamente qué estaba pensando, «la muchacha ésta ya vuelve con sus<br />
rebufadas, pero ya me encargaré yo de domarla».<br />
Kathleen trató de cerrar un poco más su cerebro á los detalles del recuerdo que<br />
surgían de las complacientes profundidades de la juventud.<br />
- No quiero que andes más detrás de mi - dijo con fría determinación -. Tu mentalidad<br />
es una cloaca. Siento haberte dirigido la palabra la primera vez que me viniste con<br />
zalamerías. hubiera debido pensarlo mejor, y espero que te des cuenta de que te hablo