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Van Vogt, Alfred. E - Slan.pdf

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- Voy a dejarte aquí - le dijo -. Vas a seguir al pie de la letra mis instrucciones. Cinco<br />

minutos después de que me haya marchado vas a salir de la forma como entramos,<br />

cerrando todas las puertas metálicas. Después olvidarás este laboratorio; va a ser<br />

destruido, por lo tanto puedes perfectamente olvidarlo. Si alguien te interroga, te<br />

mostrarás senil, pero en las demás ocasiones serás normal. Voy a dejarte correr este<br />

peligro sola porque no estoy seguro ya, a pesar de todas mis precauciones, de salir de<br />

ésta con vida.<br />

La idea de que había llegado finalmente el gran día le producía una especie de interés<br />

impersonal. Los slans enemigos podían considerar aquel ataque que acababan de<br />

realizar como mera parte de un más vasto designio que incluía el tan demorado plan de<br />

asalto a la Tierra. Cualquier cosa que ocurriese, Jommy había trazado sus planes lo más<br />

minuciosamente posible; y pese a que faltaban todavía años para la realización de su<br />

designio, debía hacer uso de sus fuerzas hasta el limite de su poder. Había emprendido<br />

un camino y era ya imposible retroceder, porque detrás de él se encontraba la muerte.<br />

La nave de Cross salió del río y emprendió una larga y empinada ascensión hacia el<br />

espacio. Era importante no hacerse visible hasta que los slans se diesen cuenta de que<br />

no estaba ya en el valle y hubiesen iniciado su fútil persecución. Pero primero tenía que<br />

hacer una cosa.<br />

Su mano accionó un interruptor. Fijó su penetrante mirada en la placa visual que le<br />

reveló el valle que se iba alejando, y en cuyo verde suelo podían verse algunos puntos<br />

que lanzaban llamas blancas de un extraño resplandor. Dentro de la tierra, cada arma,<br />

cada aparato atómico iba consumiéndose. El metal de todas las habitaciones iba<br />

fundiéndose bajo la devoradora violencia de la energía.<br />

Cuando algunos minutos más tarde se volvió, las llamas blancas eran todavía visibles.<br />

Que buscasen ahora el retorcido y destrozado metal. ¡Que sus científicos tratasen de<br />

sacar a la luz del día los secretos por los que luchaban tan desesperadamente y para<br />

obtener los cuales habían venido donde los humanos pudiesen ver algunos de sus<br />

poderes! En ninguno de los rincones de este valle encontrarían absolutamente nada.<br />

La destrucción de todo aquello que tan precioso era para los atacante fue cuestión de<br />

una fracción de minuto, pero durante esta fracción lo habían visto. Cuatro naves negras<br />

como la muerte se lanzaron en el acto en su persecución y repentinamente vacilaron al<br />

accionar Jommy el mecanismo que hacía su nave invisible.<br />

Súbitamente los detectores enemigos de energía atómica entraron en acción. Las<br />

naves se pusieron en su persecución de una manera infalible. Los timbres de alarma<br />

delataron otras naves delante de él, cerrando el círculo. Sólo los incomparables<br />

propulsores atómicos lo salvaron de la vasta flota. Eran tantas las naves que no pudo<br />

siquiera empezar a contarlas y todas las que conseguían acercarse apuntaban sus<br />

proyectores hacia donde sus instrumentos señalaban. Lo fallaban porque en el momento<br />

en que lo descubrían su nave se situaba fuera de la trayectoria de sus potentes cañones.<br />

Completamente invisible, viajando a una velocidad de muchas millas por segundo, su<br />

nave se dirigía hacia Marte. Debía pasar a través de algún campo de minas, pero no tenía<br />

importancia ya. Los devoradores rayos de desintegración que exhalaban las paredes de<br />

su gran máquina absorbían las minas antes de que pudiesen hacer explosión, y<br />

simultáneamente destruían toda onda de luz que hubiese podido revelar su presencia<br />

bajo los cegadores rayos de sol.<br />

Había sólo una diferencia. Las minas eran devoradas antes de que alcanzasen su<br />

nave. La luz, siendo una onda, sólo podía ser destruida durante la fracción de segundo en<br />

que tocaba su nave y comenzaba a reflejar. En el preciso momento de reflejar, su<br />

velocidad disminuía, los corpúsculos que básicamente la componían se alargaban de<br />

acuerdo con las leyes de la teoría de la contracción de Lorentz-Fitzgerald, y en aquel<br />

instante de casi inmovilidad, la furia de los rayos del sol era apagada por los<br />

desintegradores.

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