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cerebro, en el estado en que se encontraba, le causaba un malestar que hubiera durado<br />
un mes.<br />
Hacía ya tiempo, meses y meses, que se había aislado de todo contacto con la<br />
corriente de los pensamientos humanos, odios y esperanzas que convertían aquel palacio<br />
en un infierno. Era mejor que despreciase una vez más a aquel muchacho, como lo había<br />
despreciado siempre. Le volvió la espalda sin prestarle la menor atención, pero oyó su<br />
voz gangosa y desagradable que repetía:<br />
- ¡Sí, sí, la última vez! ¡Eso he dicho y lo pienso! ¿Mañana cumples once años, verdad?<br />
Kathleen no respondió, fingiendo no haberle oído. Pero una sensación catastrofista se<br />
apoderó de ella. Había demasiada maldad en aquella voz, demasiada certidumbre. ¿Era<br />
posible que durante los meses que ella conservó su mente aislada de los pensamientos<br />
de los demás, se hubiesen tramado aquellos horrendos planes? ¿Era posible que hubiese<br />
cometido un error al aislarse, encerrándose en un mundo suyo propio, y que ahora el<br />
mundo real llegase a ella a través de su protectora armadura? La voz de Davy Dinsmore<br />
proseguía:<br />
- ¿Te creías inteligente, verdad? Pues no te lo parecerá tanto mañana, cuando te<br />
maten. Quizá no lo sepas, pero mamá dice que por el palacio corre la voz de que cuando<br />
te trajeron aquí Mr. Kier Gray tuvo que prometer al consejo que te haría matar el día que<br />
cumplieses once años. Y no creas que no lo van a hacer, además. El otro día mataron<br />
una mujer slan por la calle, ya lo ves.<br />
- ¡Estás... loco! Las palabras salieron solas de sus labios. No se dio cuenta de haberlas<br />
pronunciado, porque no eran lo que pensaba. Estaba convencida de que decía la verdad,<br />
porque se amoldaban al odio que todos le tenían. Era tan lógico que le pareció haberlo<br />
sabido siempre.<br />
Era curioso, lo que más llenaba la mente de Kathleen era que hubiese sido la madre de<br />
Davy la que le hubiese dicho aquello. Recordaba aquel día, tres años antes, en que el<br />
muchacho la había agredido delante de los tolerantes ojos de su madre. ¡Qué de gritos,<br />
qué de patadas y golpes había habido cuando ella lo mantuvo a raya hasta que la<br />
ultrajada madre se abalanzó sobre ella gritando y amenazándola con «lo que iba a<br />
hacerle a una sucia y viperina slan»!<br />
Y entonces, súbitamente, la aparición de Kier Gray, fuerte, alto, autoritario, y Mrs.<br />
Dinsmore rebajándose delante de él...<br />
- Si estuviese en tu lugar no pondría la mano encima de esta muchacha. Kathleen<br />
Layton es propiedad del Estado, y a su debido tiempo dispondrá de ella. En cuanto a tu<br />
hijo, se ha llevado lo que todo desvergonzado se merece y espero que la lección le haya<br />
servido.<br />
¡Cómo se había emocionado ante aquella defensa! Y desde entonces había clasificado<br />
a Kier Gray en otra categoría de los demás seres humanos, pese a las terribles historias<br />
que corrían sobre él. Pero ahora sabia la verdad y comprendía lo que había querido decir<br />
con sus palabras: «...y el Estado dispondrá de ella».<br />
Salió de su amarga concentración con un sobresalto y observó que en la ciudad se<br />
había producido un cambio. La gran masa urbana había encendido sus millones de luces,<br />
alcanzando su pleno esplendor nocturno. Ante ella se extendía ahora la ciudad<br />
maravillosa perdiéndose en la lejanía como una imagen soñada de refulgente<br />
magnificencia. ¡Cuánto había suspirado por ir un día a aquella ciudad y poder juzgar por<br />
sí misma de todas las delicias que su imaginación le había atribuido! Ahora, desde luego,<br />
no las vería nunca. Aquel mundo de deleites, de maravillas, permanecería para ella<br />
eternamente ignorado...<br />
- ¡Ah, ah! - repetía la discordante voz de Davy -. ¡Fíjate bien! ¡Es la última vez!<br />
Kathleen se estremeció. Le era imposible tolerar un segundo más la presencia de aquel<br />
asqueroso muchacho; sin decir una palabra dio media vuelta y se refugió en la soledad de