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tiró a la papelera que había en uno de los rincones del ascensor. Vio que los slans habían<br />
observado su gesto y explicó:<br />
- Tengo doce de estas cajas, pero al parecer sólo puedo llevar cómodamente once. El<br />
peso de los demás apretaba ésta contra mi costado.<br />
Fue Ingraham quien se agachó y recogió el objeto.<br />
- ¿Qué es? - preguntó.<br />
- La razón de mi retraso. Lo explicaré a la comisión más tarde. Los doce son<br />
exactamente iguales, de manera que éste no importa<br />
Ingraham la miró pensativamente y estaba a punto de abrirla cuando el ascensor se<br />
detuvo y se la metió decididamente en el bolsillo.<br />
- Voy a guardarla. Sal primero, Corliss Cross salió decidido al ancho corredor de<br />
mármol y vio a una mujer con una capa blanca<br />
- Os llamaremos dentro de cinco minutos, Barton. Esperad aquí.<br />
Desapareció por una puerta y Cross captó un pensamiento superficial de Ingraham. Se<br />
volvió mientras el slan de más edad decía:<br />
- El asunto de Mrs. Corliss me preocupa tanto que me parece que antes de dejarte<br />
entrar, Corliss, tenemos que hacer una simple prueba que hace años no hemos usado<br />
porque carece de dignidad y porque tenemos otras pruebas igualmente efectivas.<br />
- ¿Qué prueba es ésta? - preguntó Cross secamente.<br />
- Pues... si eres Cross, tienes que usar cabello postizo para ocultar tus tentáculos. Si<br />
eres Corliss, la fuerza natural de tu cabello nos permitirá levantarte por él del suelo sin<br />
causarte la menor molestia. El cabello postizo, artificialmente pegado, no resistirá el peso.<br />
De manera que por interés de tu mujer, voy a pedirte que inclines la cabeza.<br />
- Seremos cautelosos y ejerceremos la presión gradualmente.<br />
- Vamos - dijo Cross sonriendo -. Creo que veréis que es cabello verdadero.<br />
Lo era, desde luego. Hacía ya tiempo que había descubierto la manera de solucionar<br />
este problema. Un espeso fluido que, obrando sobre la raíz del pelo lo endurecía hasta<br />
darle una elasticidad que bastaba para cubrir los delatores tentáculos. Retorciendo<br />
cuidadosamente el cabello antes de que el proceso de endurecimiento fuese completo, se<br />
formaban diminutos receptáculos de aire en la raíz de cada cabello.<br />
Frecuente lavado del material y largos periodos de dejar su cabello en su estado<br />
natural, habían sido suficientes para dejar el estado de su cabeza inafectado. Algo<br />
parecido debían haber hecho, a su juicio, los verdaderos slans durante todos aquellos<br />
años. El peligro residía en los períodos de «descanso».<br />
- En realidad no probaría nada - dijo Ingraham gruñendo, al final -. Si Cross viniese<br />
aquí no se dejaría pescar por una cosa tan sencilla como ésta. Aquí está el doctor...<br />
El dormitorio era vasto y gris y lleno de instrumentos que latían suavemente. La<br />
paciente no era visible, pero había una larga caja de metal como un ataúd, uno de cuyos<br />
extremos señalaba hacia la puerta, y el otro era invisible, pero Cross sabía que la cabeza<br />
de la mujer debía asomar por él.<br />
Sujeto sobre la caja había una abultada bola de pruebas transparente. De él salían<br />
unos tubos más delgados que penetraban en el ataúd, y por ellos y por la bola corría un<br />
abundante chorro de roja sangre. Al lado de la cabeza de la mujer había una mesa llena<br />
de instrumentos. Las luces parecían centellear como si ahora una ahora la otra cediesen<br />
alternativamente a alguna oculta presión. Cada vez la que vacilaba parecía luchar<br />
obstinadamente para recobrar su extinguida energía.<br />
Desde donde el doctor lo había hecho inclinarse, Cross veía la cabeza de la mujer<br />
destacarse sobre aquellas máquinas latientes. No, no era la cabeza, sólo eran visibles los<br />
vendajes que la envolvían y los hilos de los instrumentos desaparecían dentro de aquella<br />
blanca masa de las vendas.<br />
Su mente estaba todavía destrozada y Cross trató de penetrar cautelosamente en el<br />
dédalo de semiinsconscientes ideas que flotaban con extrema lentitud.