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Granny. En un instante su mente penetró en su indefenso cerebro y fue como si toda ella<br />
formase parte de su mismo cuerpo. Una imagen cristalina del sombrío mundo que estaba<br />
viendo se transmitió de ella a él. La alta flor que tenía delante pareció crecer todavía ante<br />
sus ojos. De repente la vieja levantó la mano, sosteniendo un pequeño insecto negro. Lo<br />
aplastó triunfante y se limpió complacida los dedos en el suelo.<br />
- ¡Granny! - gritó Jommy , ¿es que no puedes refrenar tus instintos criminales?<br />
La vieja lo miró y el aire de reto que apareció en su rostro recordó la vieja Granny de<br />
otros tiempos.<br />
- ¡Qué tontería! Hace noventa años que estoy matando estos malditos diablos y mi<br />
madre los había matado también antes que yo.<br />
Su risa sonaba senil. Cross frunció ligeramente el ceño. Granny se había repuesto<br />
físicamente bajo aquel benigno clima de la costa occidental, pero Jommy no estaba<br />
contento del restablecimiento hipnótico de su mente. Era muy vieja, desde luego, pero el<br />
empleo de ciertas frases, como la de que «su madre lo había hecho antes también», era<br />
demasiado mecánico. Él le había impreso aquella idea en su cerebro, en primer lugar,<br />
para llenar el inmenso hueco dejado por la anulación de sus recuerdos, pero uno de estos<br />
días tenía que intentarlo de nuevo. Comenzó a alejarse, y en aquel momento fue cuando<br />
la advertencia llegó a su cerebro, un rápido latir de lejanos pensamientos exteriores. «<br />
¡Aviones!», estaba pensando la gente. «¡Cuántos aviones!»<br />
Hacía ya años que Jommy Cross había implantado la sugestión hipnótica de que todo<br />
aquel que viese algo inusitado en el valle tenía que comunicarlo a través de su<br />
subconsciente, sin darse siquiera cuenta de ello. El fruto de esta precaución llegaba a él a<br />
oleadas ahora de una y otra mente.<br />
Y entonces vio los aviones, diminutos puntos negros que viniendo por encima de la<br />
montaña se dirigían hacia él. Cómo una langosta que ataca, su mente se lanzó a la<br />
captura de los cerebros de los pilotos. Las tenaces cortinas mentales de los slans<br />
enemigos recibieron el impacto de su mirada investigadora. De un tirón arrancó a Granny<br />
de la tierra y se metió con ella en la casa. La puerta de acero de diez puntos del edificio,<br />
construido del mismo metal, se cerró en el momento en que el reluciente transporte de<br />
propulsión a chorro se posaba en el jardín, como una gigantesca ave entre los macizos de<br />
flores de Granny. Cross concentró su pensamiento:<br />
- Un avión en cada granja. Esto quiere decir que no saben exactamente en cuál estoy.<br />
Pero ahora las naves del espacio vendrán a acabar la obra.<br />
Bien, puesto que la situación había llegado a aquel extremo era obvio que se veía<br />
obligado a llevar su plan hasta el límite. Sentía una absoluta confianza, no había en él ni<br />
un ápice de duda.<br />
Un profundo desfallecimiento se apoderó de él al asomarse a su placa visual<br />
subterránea. Los cruceros y demás naves de guerra estaban allí, desde luego, pero había<br />
también algo más... otra nave. ¡Una nave! El monstruo ocupaba la mitad de la placa<br />
visual, su casco en forma de rueda llenaba la cuarta parte más baja del cielo. Una nave<br />
de medía milla, diez millones de toneladas de metal flotando como si fuesen más ligeras<br />
que el aire, como un globo hinchado, gigantesco, respirando pavor con la amenaza de su<br />
ilimitado poder.<br />
¡Cobraba vida! Una llamarada blanca de cien metros brotaba de su macizo casco y la<br />
sólida cumbre de la montaña se disolvía bajo aquel fuego devorador. Su montaña, aquella<br />
montaña donde su nave, su vida, estaban ocultas iba destruyéndose por la energía<br />
atómica enemiga controlada.<br />
Cross permanecía inmóvil sobre la alfombra que cubría el suelo de acero de su<br />
laboratorio de acero. Susurros de humanas incoherencias llegaban de todas las<br />
direcciones a su cerebro. Bajó la cortina mental y la confusión de pensamientos exteriores<br />
quedó instantáneamente cerrada. A su espalda, Granny gruñía, aterrada. A distancia,<br />
encima de él, la obra de destrucción atacaba su casi inexpugnable granja, pero la alocada