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Y debido a que la luz tenía que tocar las paredes primero y por lo tanto podía ser<br />
absorbida tan fácilmente como siempre, sus placas de visión no quedaban afectadas. La<br />
imagen de todo lo que ocurría en el exterior llegaba a él, que permanecía invisible. Su<br />
nave parecía sostenerse inmóvil en la bóveda, salvo que Marte iba gradualmente<br />
aumentando de tamaño. A un millón de millas había un gran disco resplandeciente del<br />
tamaño de la Luna vista desde Tierra, que iba creciendo como un globo que se hinchaba,<br />
hasta que su gran volumen llenó la mitad del cielo y perdió su color rojo.<br />
Los continentes empezaron a cobrar forma, iban viéndose montañas, mares, increíbles<br />
abismos, extensiones de tierra llana y desierta y aglomeraciones de rocas. La visión iba<br />
haciéndose siniestra, con nuevo aspecto de aquel dentellado planeta parecía más mortal.<br />
Marte, visto a través del telescopio eléctrico a treinta mil millas, recordaba un ser humano<br />
demasiado viejo, mustio, huesudo, arrugado por la edad, inmensamente repelente.<br />
La zona obscura que era él Mar Cimmerium aparecía como un tenebroso mar de barro.<br />
Silenciosas, casi sin mareas, las aguas yacían bajo el cielo eternamente azul, pero jamás<br />
nave alguna podría surcar aquellas plácidas aguas. Extensiones sin fin de dentelladas<br />
rocas rompían la superficie. No había accidentes, ni canales, sólo el mar con la<br />
emergencia de las rocas. Finalmente Cross vio la ciudad ofreciendo un extraño e<br />
impresionante aspecto bajo su cúpula de cristal; después apareció una segunda; más<br />
tarde una tercera.<br />
Lejos de Marte inició el descenso, parados los motores, sin que ninguna parte de la<br />
nave difundiese la menor partícula de energía atómica. Era pura y simplemente una<br />
precaución. No podía haber temor de que hubiese detectores a aquellas distancias.<br />
Finalmente el campo de gravitación del planeta comenzó a influir sobre la nave que fue<br />
cediendo a su inexorable atracción acercándose a la parte nocturna del globo. Era una<br />
tarea difícil. Los días de Tierra se convertían en semanas. Pero finalmente puso en<br />
acción, no su energía atómica, sino sus placas de antigravitación que no había usado<br />
desde que instaló sus propulsores atómicos.<br />
Durante días y días, mientras la acción centrífuga del planeta suavizaba su rápida<br />
caída, permaneció sin dormir observando las placas visuales. Cinco veces las temibles<br />
bolas de metal que eran minas volaron hacia él pero cada vez actuó durante breves<br />
segundos sus devoradores desintegradores murales... y esperó por si alguna nave había<br />
descubierto su momentáneo uso de la fuerza. Dos veces sonaron los timbres de alarma y<br />
los visores acusaron luces, pero ninguna nave apareció a la vista. Bajo la nave el planeta<br />
iba agrandándose y cubría ya todo el horizonte con su sombría inmensidad. Aparte de las<br />
ciudades, en toda aquella región no había signos distintivos en las tierras. Alguna que otra<br />
vez manchas luminosas delataban una ciudad o un centro de actividades y por fin<br />
encontró lo que buscaba. El mero punto luminoso de una llama, como una vela que<br />
vacilase en la remota obscuridad.<br />
Resultó ser la entrada de una mina y la luz venía de la casa donde vivían los cuatro<br />
slans enemigos que vigilaban su funcionamiento, movido enteramente por una maquinaria<br />
automática. Había casi obscurecido cuando Cross regresó a su nave, convencido de que<br />
había encontrado lo que quería.<br />
Una espesa niebla como una manta negra cubría el planeta la noche siguiente cuando<br />
Cross aterrizó de nuevo en el desfiladero que llevaba a la boca de la mina. No se veía el<br />
menor movimiento, ni el menor ruido turbaba el silencio cuando emprendió el camino.<br />
Sacó una de las cajas metálicas que protegían sus cristales hipnóticos e insertó el objeto<br />
atómico cristalino en una grieta de las rocas de la entrada; levantó la tapa protectora y<br />
echó a correr antes de que su cuerpo pudiese afectar el nefasto artefacto. En las sombras<br />
del barranco, esperó.<br />
A los veinte minutos la puerta de la casa se abrió. La luz del interior dibujó la silueta de<br />
un hombre alto y joven. La puerta se cerró de nuevo; en las manos del hombre brilló la luz<br />
de una antorcha eléctrica que iluminó el sendero que seguía y lanzó un destello al