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Cross miró tristemente las placas visuales. A sus pies tenia rocas, rocas abruptas e<br />
inimaginablemente desiertas. Las hendeduras no formaban ya estrechos arroyos. Las<br />
rocas se extendían en todas direcciones como bestias al acecho. Vastos valles cobraban<br />
vida; las grietas mostraban insondables profundidades y se elevaban formando abruptas<br />
montañas. Aquella extensión impracticable era el único camino que se ofrecía a él si<br />
pretendía escapar porque no había nave capturada, por grande y formidable que fuese<br />
que pudiese esperar huir de la guerra que los slans enemigos podían lanzar entre él y su<br />
indestructible nave...<br />
Quedaba una cierta esperanza, desde luego. Tenía una pistola atómica construida en<br />
forma parecida a la de Corliss, que lanzaba una descarga eléctrica, hasta que el<br />
mecanismo de descarga de energía atómica era accionado. Y la sortija de matrimonio que<br />
llevaba en el dedo era una copia de la de Corliss, con la única diferencia de que contenía<br />
el cargador atómico más pequeño que jamás se había construido y estaba destinado,<br />
como la pistola, a disolver lo que se le pusiese en contacto. ¡Dos armas y una docena de<br />
cristales para detener la guerra de las guerras!<br />
La tierra que volaba a los pies de su nave aérea iba haciéndose más desierta. Una<br />
agua negra, plácida y oleosa formaba sucias charcas en el fondo de aquellos abismos<br />
primitivos formando el principio de aquel océano sin belleza que era el Mare Cimmerium.<br />
Súbitamente apareció una vía antinatural. Sobre una meseta montañosa de su<br />
derecha, yacía una gran nave de guerra que parecía un tiburón negro. Un enjambre de<br />
cañoneros, yacían sobre la roca desnuda a su alrededor, que como una manada de paces<br />
aéreos estaban medio ocultos en las infructuosidades de aquella tierra muerta. Ante su<br />
penetrante mirada la montaña se convirtió en una impotente fortaleza de roca y acero.<br />
Acero negro, incrustado en la negra roca, con gigantescos cañones elevándose hacia el<br />
cielo.<br />
Y allí, a su izquierda esta vez, se veía otra meseta de desnuda roca y otro crucero<br />
rodeado de sus naves pilotos casi ocultas en sus cunas. Los cañones fueron aumentando<br />
de tamaño; apuntando siempre hacia el cielo, como si esperaran de un momento a otro la<br />
aparición de algún monstruoso y peligroso enemigo. ¿Contra que estaba destinada<br />
aquella defensa increíble? ¿Podían los slans enemigos tener tal incertidumbre acerca de<br />
los verdaderos slans que ni aun todo aquel poderoso armamento podía calmar su temor<br />
de aquellos elusivos seres?<br />
¡Cien millas de cañones, fortalezas y naves! Cien millas de infranqueables gargantas, y<br />
aguas, e inexpugnables acantilados! Y al franquear su nave y el crucero armado que le<br />
daba escolta un pico inaccesible, apareció a corta distancia la ciudad cristalina de<br />
Cimmerium. La hora de ser examinado había llegado.<br />
La ciudad se extendía por una llanura que llegaba a la escarpada costa de un brazo de<br />
mar. El cristal relucía bajo el sol con un resplandor blanco y ardiente que tendía sobre la<br />
superficie de las aguas llamas de fuego. No era una gran ciudad. Pero era todo lo grande<br />
que podía ser en aquella tierra inhabitada. Se erguía con escalofriante temeridad en el<br />
borde mismo de los incontables abismos que abarcaban su bóveda de cristal. Su diámetro<br />
más ancho era de tres millas; en su sitio más estrecho podía alcanzar dos y dentro de sus<br />
confines vivían doscientos mil slans según las cifras que le habían suministrado Corliss y<br />
Miller.<br />
El campo de aterrizaje estaba situado donde había supuesto. Era una vasta extensión<br />
de metal en uno de los extremos de la ciudad suficiente para albergar una nave de guerra,<br />
cruzada por relucientes vías de ferrocarril. Su aparato fue a tomar suavemente una de<br />
esas vías posándose sobre el chasis número 9977. Simultáneamente, la imponente masa<br />
de la gran nave de guerra pasó en dirección al mar y se perdió al mismo instante de vista<br />
detrás del imponente acantilado de la bóveda cristalina.<br />
La maquinaria automática arrastró el chasis por los raíles en dirección a una gran<br />
puerta de acero que se abrió automáticamente y volvió a cerrarse tras él.