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Van Vogt, Alfred. E - Slan.pdf

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desarrollado durante su largo viaje desde Tierra cobró vida bajo la forma de un motor<br />

especial. Ondas de radio, tan similares a las vibraciones de energía que estaba usando<br />

que sólo un instrumento extraordinariamente sensible hubiera podido descubrir la<br />

diferencia, brotaron del motor que había instalado quinientas millas más allá. Durante<br />

aquellos breves minutos, todo el planeta vibró con ondas de energía.<br />

Los slans sin tentáculos debían estar ya buscando el centro de aquella onda de<br />

interferencia. Entre tanto su escaso uso de fuerza debía pasar inadvertido. Los motores<br />

seguían cumpliendo su misión rápidamente, pero con suavidad. La lejana nave redujo su<br />

marcha como si hubiese tropezado con una resistencia. Redujo más todavía su avance, y<br />

fue arrojada inexorablemente contra el acantilado de arcilla.<br />

Sin el menor esfuerzo, utilizando las ondas de radio corno pantalla para un mayor uso<br />

de fuerza, Cross retiró su nave más profundamente en el abultado vientre del acantilado<br />

ensanchando el túnel natural con un chorro de energía disolvente. Después, como una<br />

araña con una mosca, atrajo la pequeña nave a su antro tras él.<br />

Al momento se abrió una puerta y apareció un hombre. Saltó ligeramente al suelo del<br />

túnel y permaneció un instante contemplando el resplandor del reflector de la otra nave.<br />

Confiado, se acercó. Sus ojos se fijaron en el cristal de la húmeda pared de la cueva.<br />

Lo miró con indiferencia; después, la misma anormalidad de una cosa que podía<br />

distraer su intención en un momento como aquel penetró en su conciencia. En el<br />

momento en que iba a recoger el objeto de la pared, los rayos paralizadores de Cross lo<br />

derribaron.<br />

En el acto Cross cortó toda la fuerza. Cerró un interruptor y la lejana emisora de onda<br />

atómica se disolvió en su propia energía.<br />

En cuanto al hombre, lo único que Cross quería de él en aquel momento era una gran<br />

fotografía, un registro de su voz y el control hipnótico. Sólo veinte minutos necesitó para<br />

estar volando nuevamente hacia Cimmerium, rabiando interiormente de hacer nada contra<br />

ella.<br />

No podía haber prisa en lo que Cross sabía que tenía que hacer antes de atreverse a<br />

entrar en Cimmerium. Todo tenía que ser previsto, una cantidad casi ilimitada de detalles<br />

laboriosamente preparados. Cada cuatro días, día de descanso, Corliss venía a la cueva,<br />

yendo y viniendo, y mientras transcurrían las semanas su mente iba vaciándose de su<br />

memoria, de los detalles. Finalmente Cross estuvo a punto, y al séptimo día de descanso<br />

sus planes fueron puestos en acción. Un tal Barton Corliss permanecía en la cueva<br />

sumido en un profundo sueño hipnótico; el otro tomaba la pequeña nave rayada de rojo y<br />

se dirigía rápidamente hacia la ciudad de Cimmerium.<br />

Veinte minutos después la nave de guerra aparecía en el cielo y se colocaba a su lado<br />

como una alargada masa de reluciente metal.<br />

- Corliss - dijo la aguda voz de un hombre en la radio de la nave -, durante la<br />

observación normal de todos los slans que se parecen a la víbora, Jommy Cross, te<br />

esperábamos y vemos que llegas aproximadamente con cinco minutos de retraso. Serás<br />

por consiguiente llevado a Cimmerium bajo escolta, donde comparecerás ante la comisión<br />

militar para ser examinado. Eso es todo.<br />

XVII<br />

La catástrofe se produjo tan sencillamente como esto. Un accidente no totalmente<br />

imprevisible, pero amargamente decepcionante. Seis veces Barton Corliss había llegado<br />

ya con veinte minutos de retraso y había pasado inadvertido. Esta vez, por cinco minutos<br />

de inevitable retraso el largo brazo de la suerte había caído sobre la esperanza de un<br />

mundo.

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