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Lo que el primer golpe de vista le ofreció ante los ojos no fue totalmente inesperado,<br />
pero la realidad sobrepasó lo que había leído en las mentes de Miller y Corliss. En la<br />
sección del vasto hangar que podía ver, debía haber por lo menos mil naves. Del suelo al<br />
techo estaban apretujadas como sardinas en lata, cada una en su chasis y cada una, lo<br />
sabía, a punto de ser sacada fuera si su número aparecía en el cuadro de señales.<br />
El aparato se detuvo. Cross se apeó tranquilamente e hizo un breve saludo a los tres<br />
slans que estaban esperándolo. El de más edad se dirigió hacia él, sonriendo:<br />
- ¡Vaya, Barton, te has ganado un nuevo examen! Bien, ten la seguridad de que irá<br />
aprisa; lo de siempre ya sabes, impresiones digitales, rayos X, análisis de sangre,<br />
reacción cutánea, examen microscópico del cabello...<br />
Los pensamientos que brotaron de los cerebros de los tres hombres parecían indicar<br />
que estaban a la expectativa. Pero Cross no los necesitaba. Jamás se habían encontrado<br />
más despiertos, más atentos a los detalles, más capaz de distinguir las más superficiales<br />
sutilezas.<br />
- ¿Desde cuándo forma parte de un reconocimiento el análisis químico de la piel?<br />
Los tres hombres no se excusaron de la trampa que le habían tendido, ni sus<br />
pensamientos delataron el desengaño del fracaso. Pero Cross no reveló tampoco ninguna<br />
emoción por su primera victoria. Pasase lo que pasase, dada la situación, en ningún caso<br />
podía someterse a un examen. Tenía que echar mano hasta el límite de todos los<br />
preparativos que había hecho durante aquellas últimas semanas en el que analizó las<br />
informaciones captadas en las mentes de Miller y Corliss.<br />
- Llévalo al laboratorio y haremos la parte física del reconocimiento - dijo - el más joven<br />
de los hombres -. Tómale la pistola, Prentice.<br />
Cross tendió su arma sin decir una palabra.<br />
Ingraham, el de más edad, sonreía, a la expectativa, Bradshaw lo miraba fijamente con<br />
sus ojos grises; sólo Prentice parecía indiferente al meterse en el bolsillo el arma de<br />
Cross. Pero era su silencio, no sus acciones lo que llagaba al cerebro de Jommy. No<br />
había el menor ruido, no se oía ni el susurro de una conversación. Aquella comunidad del<br />
hangar le parecía un cementerio y de momento parecía que detrás de aquellas paredes<br />
una ciudad trabajase febrilmente en la preparación de una guerra.<br />
Accionó la combinación y vio chasis y naves deslizarse en silencio, primero<br />
horizontalmente, después hacia el alto techo. Se oyó un leve ruido metálico y volvió a<br />
quedar en posición. Y de nuevo reinó el silencio después de aquella breve percusión<br />
sonora.<br />
Sonriendo interiormente por la forma cómo estaban esperando su menor error de<br />
maniobra, Cross se dirigió hacia la salida. Salió a un corredor en cuyas relucientes<br />
paredes había algunas puertas cerradas, a intervalos regulares. Cuando estuvieron a la<br />
vista del laboratorio, Cross dijo:<br />
- Supongo que habréis llamado al hospital a tiempo diciendo que vendría retrasado.<br />
Ingraham se detuvo en seco y los demás lo imitaron. Se quedaron mirándolo.<br />
- ¡Pardiez! ¿Es que va a volver en sí tu mujer esta mañana? - preguntó Ingraham.<br />
- Los doctores tenían que llevarla al borde de la conciencia veinte minutos después de<br />
la hora en que yo tenía que aterrizar - asintió Cross sin sonreír -. Deben llevar y<br />
trabajando aproximadamente una hora. Tu examen y el de la comisión militar tendrán que<br />
ser aplazados.<br />
- Los militares te escoltarán, sin duda - asintió Ingraham.<br />
Fue Bradson quien tomó brevemente la palabra por su radio de muñeca. La tenue pero<br />
clara respuesta llegó a los oídos de Cross.<br />
- En circunstancias ordinarias los militares lo escoltarían hasta el hospital. Pero ocurre<br />
que nos encontramos ante el individuo más peligroso que el mundo ha conocido, Cross<br />
tiene sólo veintitrés años, pero es un hecho probado que el peligro y adversidad maduran<br />
a los individuos. Podemos suponer, por consiguiente, que nos encontramos ante una