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hipnótico. El momento de su imprudencia llegó súbitamente. Cubrió los cincuenta metros<br />
en el espacio de tres segundos escasos.<br />
Uno de los dos hombres no supo nunca de dónde le había venido el golpe. El otro se<br />
volvió lentamente con el delgado rostro convulsionado bajo un destello de luz y se asomó<br />
a través del follaje. Pero no era cuestión de detenerse, y no pudo eludir el golpe que lo<br />
alcanzó en plena mandíbula y lo derribó. En quince minutos de hipnotismo sin cristal<br />
estaban bajo su control. ¡Quince minutos! ¡Ocho por hora! Sonrió irónicamente. Esto daba<br />
toda posibilidad de dominar hipnóticamente todo el palacio con sus diez mil hombres o<br />
quizá más. Tenía que disponer de hombres clave.<br />
Volvió a los dos prisioneros a sus sentidos y les dio instrucciones. Cogieron<br />
silenciosamente sus ametralladoras y lo siguieron. Conocían el terreno paso a paso. No<br />
eran mejores soldados del ejército humano que aquellos guardas del palacio y en dos<br />
horas había doce luchadores adiestrados que se deslizaban como sombras obedeciendo<br />
a una silenciosa coordinación que sólo requería alguna ocasional orden hablada.<br />
Tres horas después tenía diecisiete hombres, un coronel, un capitán y tres tenientes. Y<br />
delante de él aparecía el largo cordón de exquisita estatuaria, centelleantes fuentes y<br />
deslumbradoras luces que le marcaban la meta final. El primer destello de la cercana<br />
aurora tiñó el cielo de oriente mientras Cross se ocultaba con su pequeño ejército en las<br />
sombras de la vegetación y observaba el cuarto de milla de terreno iluminado que se<br />
extendía delante de él. En el lado opuesto había la obscura línea de bosques que<br />
ocultaban las fortificaciones.<br />
- Desgraciadamente - susurró el coronel -, no hay la menor probabilidad de engañarlos.<br />
La jurisdicción de esta unidad termina aquí. Está prohibido cruzar ninguno de los doce<br />
círculos fortificados sin un pase especial, y aun así, de día.<br />
Cross frunció el ceño. Se encontraba delante de precauciones con las cuales no había<br />
contado y vio que aquel rigor era de reciente creación. El ataque slan a aquella región,<br />
pese a que nadie daba crédito a los fantásticos rumores campesinos acerca de las naves,<br />
ni sospechasen que existían naves del espacio, había producido una tensión y una alarma<br />
que podía ser ahora causa de su derrota.<br />
- ¡Capitán!<br />
- ¡Sí! - dijo el alto oficial acercándose a él.<br />
- Capitán, eres el que más te pareces a mi. Vas por consiguiente a cambiar tu uniforme<br />
por mis ropas y volveréis a vuestros puestos.<br />
Los observó atentamente mientras se desvanecían en la oscuridad. Ataviado con el<br />
uniforme del capitán salió a la zona de luz. Diez pies, veinte, treinta... Veía la fuente que<br />
buscaba, con sus centelleantes chorros de agua. Pero había demasiada luz artificial,<br />
demasiadas mentes a su alrededor, una confusión de vibraciones que debían crear una<br />
interferencia con la onda mental que estaba buscando, si es que encontraba todavía allí<br />
después de aquellos centenares de años. Si no estaba allí, que dios lo amparase...<br />
Cuarenta pies, cincuenta, sesenta... y a su mente en tensión llegó un pensamiento, un<br />
susurro, la más leve de las vibraciones mentales.<br />
«A cualquier slan que hubiese penetrado hasta aquí. Hay una entrada secreta al<br />
palacio. El dibujo de cinco flores de la fuente blanca en su parte norte es un botón de la<br />
combinación que accione por radio una puerta secreta. La combinación es...»<br />
Lo había sabido... la máquina de estadística había sabido que el secreto estaba en la<br />
fuente, pero nada más. Ahora...<br />
Una voz ronca amplificada llegó a él desde detrás de los árboles.<br />
- ¿Quién diablos eres? ¿Qué quieres? Vuelve a tu puesto de mando, obtén un pase y<br />
vuelve por la mañana. ¡Pronto!<br />
Se encontraba ya en la fuente con sus ágiles dedos en las cinco flores del adorno, el<br />
cuerpo medio oculto de los suspicaces ojos de las huestes enemigas. No debía malgastar<br />
ni un ápice de energía de su intensa concentración. Ante la singularidad del propósito la