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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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2<br />

«Hemos vuelto a hacernos piadosos» ‐ así confiesan estos apóstatas; y algunos de ellos son incluso<br />

demasiado cobardes para confesarlo.<br />

A éstos los miro a los ojos, ‐ a éstos les digo a la cara y al rubor de sus mejillas: ¡vosotros sois los que<br />

vuelven a rezar!<br />

¡Pero rezar es una vergüenza! No para todos, pero sí para ti y para mí y para quien tiene su conciencia<br />

también en la cabeza. ¡Para ti es una vergüenza rezar! Lo sabes bien: el demonio cobarde que hay dentro<br />

de ti, a quien le gustaría juntar las manos y cruzarse de brazos y sentirse más cómodo: ‐ ese demonio<br />

cobarde te dice: «¡Existe Dios!»<br />

Pero con ello formas parte de la oscurantista especie de aquellos a quienes la luz no les deja nunca<br />

reposo; ¡ahora tienes que esconder cada día más hondo tu cabeza en la noche y en la bruma!<br />

Y en verdad, has escogido bien la hora: pues en este momento salen a volar de nuevo las aves nocturnas.<br />

Ha llegado la hora de todo pueblo enemigo de la luz, ha llegado la hora vespertina y de fiesta en que no ‐<br />

«se hace fiesta».<br />

Lo oigo y lo huelo: ha llegado la hora de su caza y de su procesión: no, ciertamente, la hora de una caza<br />

salvaje, sino de una caza mansa, tullida, husmeante y propia de gentes que andan sin ruido y rezan sin<br />

ruido, ‐ de una caza para cazar gentes mojigatas y de mucha alma: ¡todas las ratoneras de corazones<br />

están ahora apostadas de nuevo! Y si levanto una cortina, allí se precipita fuera una mariposita nocturna.<br />

¿Es que acaso estaba acurrucada allí con otra mariposita nocturna? Pues por todas partes siento el olor<br />

de pequeñas comunidades agazapadas; y donde existen conventículos, allí dentro hay nuevos rezadores<br />

y vaho de rezadores.<br />

Durante largas noches se sientan unos junto a otros y dicen: «¡Hagámonos de nuevo como niños<br />

pequeños328 y digamos “Dios mío”!» ‐ con la cabeza y el estómago estropeados por los piadosos<br />

confiteros.<br />

O contemplan durante largas noches una astuta y acechante araña crucera, que predica también astucia<br />

a las arañas y enseña así: «¡Bajo las cruces es bueno tejer la tela!»<br />

O se sientan durante el día, con cañas de pescar, junto a ciénagas, y con ello se creen profundos; ¡mas a<br />

quien pesca allí donde no hay peces, yo ni siquiera lo llamo superficial!<br />

O aprenden a tocar el arpa, con piadosa alegría, de un coplero que de muy buena gana se insinuaría con<br />

el arpa en el corazón de las jovencillas: ‐ pues se ha cansado de las viejecillas y de sus alabanzas.<br />

O aprenden a estremecerse de horror con un semiloco docto que aguarda en oscuras habitaciones a que<br />

los espíritus se le aparezcan ‐ ¡y el espíritu escapa de allí completamente!<br />

O escuchan con atención a un ronroneante y gruñidor músico viejo y vagabundo que aprendió de los<br />

vientos sombríos el tono sombrío de sus sonidos; ahora silba a la manera del viento y predica tribulación<br />

con tonos atribulados.<br />

Y algunos de ellos se han convertido incluso en vigilantes nocturnos: éstos entienden ahora de soplar en<br />

cuernos y de rondar por la noche y de desvelar cosas viejas, que hace ya mucho tiempo que se<br />

adormecieron.

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