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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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Mi alma se estira alargándose, alargándose ‐ ¡cada vez más!, yace callada, mi extraña alma. Demasiadas<br />

cosas buenas ha saboreado ya, esa áurea tristeza la oprime, ella tuerce la boca.<br />

‐ Como un barco que ha entrado en su bahía más tranquila: ‐ y entonces se adosa a la tierra, cansado de<br />

los largos viajes y de los inseguros mares. ¿No es más fiel la tierra?<br />

Como un barco de ésos se adosa, se estrecha a la tierra: ‐ basta entonces que una araña teja sus hilos<br />

desde la tierra hasta él. No se necesita aquí cable más fuerte.<br />

Como uno de esos barcos cansados, en la más tranquila de todas las bahías: así descanso yo también<br />

ahora, cerca de la tierra, fiel, confiado, aguardando, atado a ella con los hilos más tenues.<br />

¡Oh felicidad! ¡Oh felicidad! ¿Quieres acaso cantar, alma mía?<br />

Yaces en la hierba. Pero ésta es la hora secreta, solemne, en que ningún pastor toca su flauta. ¡Ten<br />

cuidado! Un ardiente mediodía duerme sobre los campos. ¡No cantes! ¡Silencio! El mundo es perfecto.<br />

¡No cantes, ave de los prados, oh alma mía! ¡No susurres siquiera! Mira ‐ ¡silencio!, el viejo mediodía<br />

duerme, mueve la boca: ¿no bebe en este momento una gota de felicidad ‐ una vieja, dorada gota de<br />

áurea felicidad, de áureo vino? Algo se desliza sobre él, su felicidad ríe. Así ‐ ríe un Dios. ¡Silencio!<br />

«Para ser feliz, con qué poco basta para ser feliz!» Así dije yo en otro tiempo, y me creí sabio. Pero era<br />

una blasfemia: esto lo he aprendido ahora. Los necios inteligentes hablan mejor.<br />

Justamente la menor cosa, la más tenue, la más ligera, el crujido de un lagarto, un soplo, un roce, un<br />

pestañeo ‐ lo poco constituye la especie de la mejor felicidad. ¡Silencio!<br />

‐ Qué me ha sucedido: ¡escucha! ¿Es que el tiempo ha huido volando? ¿No estoy cayendo? ¿No he caído<br />

‐ ¡escucha! ‐ en el pozo de la eternidad?<br />

‐ ¿Qué me sucede? ¡Silencio! ¿Me han punzado ‐ ay ‐ en el corazón? ¡El corazón! ¡Oh, hazte pedazos,<br />

hazte pedazos, corazón, después de tal felicidad, después de tal punzada!<br />

‐ ¿Cómo? ¿No se había vuelto perfecto el mundo hace un instante? ¿Redondo y maduro? Oh áureo y<br />

redondo aro ‐ ¿adónde se escapa volando? ¡Sígale yo a la carrera! ¡Sus! Silencio ‐ ‐ (y aquí Zaratustra se<br />

estiró y sintió que dormía).<br />

¡Arriba!, se dijo a sí mismo, ¡tú dormilón!, ¡tú dormilón en pleno mediodía! ¡Vamos, arriba, viejas<br />

piernas! Es tiempo y más que tiempo, aún os queda una buena parte del camino ‐ Ahora habéis dormido<br />

bastante, ¿cuánto tiempo? ¡Media eternidad! ¡Vamos, arriba ahora, viejo corazón mío! ¿Cuánto tiempo<br />

necesitarás después de tal sueño ‐ para despertarte? (Pero entonces se adormeció de nuevo, y su alma<br />

habló contra él y se defendió y se acostó de nuevo.) ‐ «¡Déjame! ¡Silencio! ¿No se había vuelto perfecto<br />

el mundo en este instante? ¡Oh áurea y redonda bola!» ‐<br />

«¡Levántate, dijo Zaratustra, pequeña ladrona, perezosa! ¿Cómo? ¿Seguir extendida, bostezando,<br />

suspirando, cayendo dentro de pozos profundos?<br />

¡Quién eres tú! ¡Oh alma mía!» (y entonces Zaratustra se asustó, pues un rayo de sol cayó del cielo sobre<br />

su rostro).<br />

«Oh cielo por encima de mí, dijo suspirando y se sentó derecho, ¿tú me contemplas? ¿Tú escuchas a mi<br />

extraña alma?

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