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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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Tal venganza se imagina mi plenitud; tal perfidia mana de mi soledad. ¡Mi felicidad en regalar ha muerto<br />

a fuerza de regalar, mi virtud se ha cansado de sí misma por su sobreabundancia!<br />

Quien siempre regala corre peligro de perder el pudor; a quien siempre distribuye fórmansele, a fuerza<br />

de distribuir, callos en las manos y en el corazón.<br />

Mis ojos no se llenan ya de lágrimas ante la vergüenza de los que piden; mi mano se ha vuelto<br />

demasiado dura para el temblar de manos llenas.<br />

¿Adónde se fueron la lágrima de mi ojo y el plumón de mi corazón? ¡Oh soledad de todos los que<br />

regalan! ¡Oh taciturnidad de todos los que brillan!<br />

Muchos soles giran en el espacio desierto: a todo lo que es oscuro háblanle con su luz, ‐ para mí callan.<br />

Oh, ésta es la enemistad de la luz contra lo que brilla, el recorrer despiadada sus órbitas.<br />

Injusto en lo más hondo de su corazón contra lo que brilla: frío para con los soles, ‐ así camina cada sol.<br />

Semejantes a una tempestad recorren los soles sus órbitas, ése es su caminar. Siguen su voluntad<br />

inexorable, ésa es su frialdad.<br />

¡Oh, sólo vosotros los oscuros, los nocturnos, sacáis calor de lo que brilla! ¡Oh, sólo vosotros bebéis leche<br />

y consuelo de las ubres de la luz!<br />

¡Ay, hielo hay a mi alrededor, mi mano se abrasa al tocar lo helado!190 ¡Ay, en mí hay sed, que<br />

desfallece por vuestra sed!<br />

Es de noche: ¡ay, que yo tenga que ser luz! ¡Y sed de lo nocturno! ¡Y soledad! Es de noche: ahora, cual<br />

una fuente, brota de mí mi deseo, ‐ hablar es lo que deseo.<br />

Es de noche: ahora hablan más fuerte todos los surtidores. Y también mi alma es un surtidor. Es de<br />

noche: ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y también mi alma es la canción de un<br />

amante. –<br />

Así cantó Zaratustra.<br />

La canción del baile<br />

Un atardecer caminaba Zaratustra con sus discípulos por el bosque; y estando buscando una fuente he<br />

aquí que llegó a un verde prado a quien árboles y malezas silenciosamente rodeaban: en él bailaban,<br />

unas con otras, unas muchachas. Tan pronto como las muchachas reconocieron a Zaratustra dejaron de<br />

bailar; mas Zaratustra se acercó a ellas con gesto amistoso y dijo estas palabras «¡No dejéis de bailar,<br />

encantadoras muchachas! No ha llegado a vosotras, con mirada malvada, ningún aguafiestas, ningún<br />

enemigo de muchachas.<br />

Abogado de Dios soy yo ante el diablo: mas éste es el espíritu de la pesadez. ¿Cómo habría yo de ser, oh<br />

ligeras, hostil a bailes divinos? ¿O a pies de muchacha de hermosos tobillos?<br />

Sin duda soy yo un bosque y una noche de árboles oscuros: sin embargo, quien no tenga miedo de mi<br />

oscuridad encontrará también taludes de rosas debajo de mis cipreses.<br />

Y asimismo encontrará ciertamente al pequeño dios que más querido les es a las muchachas: junto al<br />

pozo está tendido, quieto, con los ojos cerrados.<br />

¡En verdad, se me quedó dormido en pleno día, el haragán! ¿Es que acaso corrió demasiado tras las<br />

mariposas?

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