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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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«¡Tú eres mi sombra!, dijo por fin con tristeza. Tu peligro no es pequeño, ¡tú espíritu libre y viajero! Has<br />

tenido un mal día: ¡procura que no te toque un atardecer aún peor!<br />

A los errantes como tú, incluso una cárcel acaba pareciéndoles la bienaventuranza.<br />

¿Has visto alguna vez cómo duermen los criminales encarcelados? Duermen tranquilamente, disfrutan<br />

su nueva seguridad.<br />

¡Ten cuidado de no caer, al final, prisionero de una fe más estrecha todavía, de una ilusión dura,<br />

rigurosa! A ti, en efecto, ahora te tienta y te seduce todo lo que es riguroso y sólido.<br />

Has perdido la meta: ay, ¿cómo podrás librarte de esa pérdida y consolarte de ella? Al perder la meta ‐<br />

¡has perdido también el camino!<br />

¡Tú pobre vagabundo, soñador, tú mariposa cansada!, ¿quieres tener este atardecer un respiro y una<br />

morada? ¡Sube entonces a mi caverna!<br />

Por ahí va el camino que lleva a mi caverna. Y ahora quiero volver a escapar rápidamente de ti. Ya pesa<br />

sobre mí algo parecido a una sombra.<br />

Quiero correr solo, para que de nuevo vuelva a haber claridad a mi alrededor. Para ello tengo que estar<br />

todavía mucho tiempo alegremente sobre las piernas. Mas este atardecer en mi casa ‐ ¡habrá baile!» ‐ ‐<br />

Así habló Zaratustra.<br />

A mediodía<br />

Y Zaratustra corrió y corrió y ya no volvió a encontrar a nadie y estuvo solo y se encontró continuamente<br />

a sí mismo y disfrutó y saboreó su soledad y pensó en cosas buenas, ‐durante horas. Mas hacia la hora<br />

del mediodía, cuando el sol se hallaba exactamente encima de su cabeza, Zaratustra pasó al lado de un<br />

viejo árbol, torcido y nudoso, el cual estaba abrazado y envuelto por el gran amor de una viña, quedando<br />

oculto a sí mismo: de él pendían, ofreciéndose al viajero, racimos amarillos en gran número. Entonces se<br />

le antojó calmar una pequeña sed y cortar un racimo; pero cuando ya extendía el brazo para hacerlo se<br />

le antojó todavía otra cosa, a saber: echarse junto al árbol, a la hora del pleno mediodía, y dormir.<br />

Esto hizo Zaratustra; y tan pronto como estuvo tendido en el suelo, en medio del silencio y de los<br />

secretos de la hierba multicolor, olvidó su pequeña sed y se durmió. Pues, como dice el proverbio de<br />

Zaratustra: una cosa es más necesaria que la otra. Ahora bien, sus ojos permanecían abiertos: ‐ no se<br />

cansaban, en efecto, de ver y de alabar el árbol y el amor de la viña. Y mientras se dormía, Zaratustra<br />

habló así a su corazón.<br />

¡Silencio! ¡Silencio! ¿No se ha vuelto perfecto el mundo en este instante?508 ¿Qué es lo que me ocurre?<br />

Así como un viento delicioso, no visto, danza sobre artesonado mar, baila ligero, ligero cual una pluma:<br />

así ‐ baila el sueño sobre mí.<br />

No me cierra los ojos, me deja despierta el alma. Ligero es, ¡en verdad!, ligero cual una pluma.<br />

Me persuade no sé cómo, toca ligeramente mi interior con mano zalamera, me fuerza.<br />

Sí, me fuerza a que mi alma se estire: ‐<br />

‐ ¡cómo se me vuelve larga y cansada mi extraña alma! ¿Le ha llegado el atardecer de un séptimo día<br />

justamente al mediodía?509 ¿Ha caminado ya durante demasiado tiempo, bienaventurada, entre cosas<br />

buenas y maduras?

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