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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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Éste es el regalo de huéspedes que yo reclamo de vuestro amor, el que me habléis de mis hijos. Yo soy<br />

rico para esto, yo me he vuelto pobre para esto: qué no he dado, ‐ qué no daría por tener una sola cosa:<br />

¡esos hijos, ese viviente vivero, esos árboles de la vida de mi voluntad y de mi suprema esperanza!»<br />

Así habló Zaratustra, y de repente se interrumpió en su discurso: pues lo acometió su anhelo, y cerró los<br />

ojos y la boca a causa del movimiento de su corazón517. Y también todos sus huéspedes callaron y<br />

permanecieron silenciosos y consternados: excepto el viejo adivino, que comenzó a hacer signos con<br />

manos y gestos.<br />

La Cena<br />

En este punto, en efecto, el adivino interrumpió el saludo entre Zaratustra y sus huéspedes: se adelantó<br />

como alguien que no tiene tiempo que perder, cogió la mano de Zaratustra y exclamó: «¡Pero<br />

Zaratustra!<br />

Una cosa es más necesaria que la otra, así dices tú mismo519: bien, una cosa es ahora para mí más<br />

necesaria que todas las otras. Una palabra a tiempo: ¿no me has invitado a comer? Y aquí hay muchos<br />

que han recorrido largos caminos. ¿No querrás alimentarnos con discursos?<br />

También os habéis referido todos vosotros, demasiado a mi parecer, al congelarse, ahogarse, asfixiarse y<br />

otras calamidades del cuerpo: pero nadie se ha acordado de mi calamidad, a saber: la de estar<br />

hambriento ‐ »<br />

(Así habló el adivino; y cuando los animales de Zaratustra oyeron tales palabras se fueron de allí<br />

corriendo, asustados. Pues veían que ni siquiera lo que ellos habían traído durante el día sería suficiente<br />

para llenar el estómago de aquel solo adivino.)<br />

«Incluyendo también el estar sediento, prosiguió el adivino. Y aunque oigo ya al agua chapotear aquí,<br />

semejante a discursos de la sabiduría, es decir, abundante e incansable: yo ‐ ¡quiero vino!<br />

No todos son, como Zaratustra, bebedores natos de agua. Además, el agua no les conviene a los<br />

cansados y mustios: a nosotros nos corresponde el vino, ‐ ¡sólo él proporciona curación instantánea y<br />

salud repentina!»<br />

En este punto, cuando el adivino pedía vino, ocurrió que también el rey de la izquierda, el taciturno,<br />

tomó a su vez la palabra. «Del vino, dijo, nos hemos preocupado nosotros, yo y mi hermano el rey de la<br />

derecha: tenemos vino suficiente, ‐ todo un asno cargado.<br />

Así, pues, no falta más que pan»<br />

«¿Pan?, replicó Zaratustra y se rió. Justamente pan es lo que no tienen los eremitas. Pero el hombre no<br />

vive sólo de pan, sino también de la carne de buenos corderos, y yo tengo dos: ‐ a éstos debemos<br />

descuartizarlos523 enseguida y prepararlos con especias, con salvia: así es como a mí me gustan. Y<br />

tampoco faltan raíces y frutos, suficientemente buenos incluso para golosos y degustadores; ni nueces y<br />

otros enigmas para cascar.<br />

Vamos, pues, a preparar rápidamente un buen festín. Quien quiera comer tiene que intervenir asimismo<br />

en la preparación, incluso los reyes. En casa de Zaratustra, en efecto, le es lícito ser cocinero incluso a un<br />

rey.»<br />

Esta propuesta encontró la aprobación de todos: sólo el mendigo voluntario se oponía a la carne y al<br />

vino y a las especias.

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