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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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No han pensado con suficiente profundidad: por ello su sentimiento no se sumergió hasta llegar a las<br />

razones profundas.<br />

Un poco de voluptuosidad y un poco de aburrimiento: eso ha sido la mejor incluso de sus reflexiones.<br />

Un soplo y un deslizarse de fantasmas me parecen a mí todos sus arpegios; ¡qué han sabido ellos hasta<br />

ahora del ardor de los sonidos!<br />

‐No son tampoco para mí bastante limpios: todos ellos ensucian sus aguas para hacerlas parecer<br />

profundas. Con gusto representan el papel de conciliadores: ¡mas para mí no pasan de ser mediadores y<br />

enredadores, y mitad de esto y mitad de aquello, y gente sucia!<br />

‐Ay, yo lancé ciertamente mi red en sus mares y quise pescar buenos peces; pero siempre saqué la<br />

cabeza de un viejo dios.<br />

El mar proporcionó así una piedra al hambriento234. Y ellos mismos proceden sin duda del mar.<br />

Es cierto que en ellos se encuentran perlas: pero tanto más se parecen ellos mismos a crustáceos duros.<br />

Y en vez de alma he encontrado a menudo en ellos légamo salado.<br />

También del mar han aprendido su vanidad: ¿no es el mar el pavo real de los pavos reales?<br />

Incluso ante el más feo de todos los búfalos despliega él su cola, y jamás se cansa de su abanico de<br />

encaje hecho de plata y seda.<br />

Ceñudo contempla esto el búfalo, pues su alma prefiere la arena, y más todavía la maleza, y más que<br />

ninguna otra cosa, la ciénaga.<br />

¡Qué le importan a él la belleza y el mar y los adornos del pavo real! Ésta es la parábola que yo dedico a<br />

los poetas.<br />

¡En verdad, su espíritu es el pavo real de los pavos reales y un mar de vanidad! Espectadores quiere el<br />

espíritu del poeta: ¡aunque sean búfalos!<br />

– Mas yo me he cansado de ese espíritu: y veo venir el día en que también él se cansará<br />

de sí mismo. Transformados he visto ya a los poetas, y con la mirada dirigida contra ellos mismos.<br />

Penitentes del espíritu he visto venir: han surgido de los poetas.<br />

Así habló Zaratustra.<br />

De grandes acontecimientos<br />

Hay una isla en el mar ‐ no lejos de las islas afortunadas de Zaratustra ‐ en la cual humea<br />

constantemente una montaña de fuego; de aquella isla dice el pueblo, y especialmente las viejecillas del<br />

pueblo, que está colocada como un peñasco delante de la puerta del submundo: y que a través de la<br />

montaña misma de fuego desciende el estrecho sendero que conduce hasta esa puerta del submundo.<br />

Por el tiempo en que Zaratustra habitaba en las islas afortunadas ocurrió que un barco echó el ancla<br />

junto a la isla en que se encuentra la montaña humeante; y su tripulación bajó a tierra para cazar<br />

conejos. Hacia la hora del mediodía, cuando el capitán y su gente estuvieron reunidos de nuevo, vieron<br />

de pronto que por el aire venía hacia ellos un hombre, y que una voz decía con claridad: «¡Ya es tiempo!<br />

¡Ya ha llegado la hora!» Y cuando más cerca de ellos estuvo la figura ‐ pasó volando a su lado igual que<br />

una sombra, en dirección a la montaña de fuego ‐ reconocieron, con gran consternación, que era

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