Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA
Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA
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En cada instante comienza el ser; en torno a todo “Aquí” gira la esfera “Allá”. El centro está en todas<br />
partes. Curvo es el sendero de la eternidad.»<br />
‐ ¡Oh truhanes y organillos de manubrio!, respondió Zaratustra y de nuevo sonrió, qué bien sabéis lo que<br />
tuvo que cumplirse durante siete días:<br />
‐ ¡Y cómo aquel monstruo se deslizó en mi garganta y me estranguló! Pero yo le mordí la cabeza y la<br />
escupí lejos de mí. Y vosotros, ‐ ¿vosotros habéis hecho ya de ello una canción de organillo? Mas ahora<br />
yo estoy aquí tendido, fatigado aún de ese morder y escupir lejos, enfermo todavía de la propia<br />
redención.<br />
¿Y vosotros habéis sido espectadores de todo esto? Oh animales míos, ¿también vosotros sois crueles?<br />
¿Habéis querido contemplar mi gran dolor, como hacen los hombres?<br />
El hombre es, en efecto, el más cruel de todos los animales. Como más a gusto se ha sentido hasta ahora<br />
el hombre en la tierra ha sido asistiendo a tragedias, corridas de toros y crucifixiones; y cuando inventó<br />
el infierno, he aquí que éste fue su cielo en la tierra.<br />
Cuando el gran hombre grita‐ : apresúrase el pequeño a acudir; y de avidez le cuelga la lengua fuera del<br />
cuello. Mas él a esto lo llama su «compasión». El hombre pequeño, sobre todo el poeta, ‐ ¡con qué<br />
vehemencia acusa él a la vida con palabras! ¡Escuchadle, pero no dejéis de oír el placer qué hay en todo<br />
acusar!<br />
A esos acusadores de la vida: la vida los supera con un simple parpadeo. «¿Me amas?, dice la descarada;<br />
espera un poco, aún no tengo tiempo para ti.» El hombre es consigo el más cruel de los animales; y en<br />
todo lo que a sí mismo se llama «pecador» y dice que «lleva la cruz» y que es un «penitente», ¡no dejéis<br />
de oír la voluptuosidad que hay en ese lamentarse y acusar!<br />
Yo mismo ‐ ¿quiero ser con esto el acusador del hombre? Ay, animales míos, esto es lo único que he<br />
aprendido hasta ahora, que el hombre necesita, para sus mejores cosas, de lo peor que hay en él, ‐ que<br />
todo lo peor es su mejor fuerza y la piedra más dura para el supremo creador; y que el hombre tiene que<br />
hacerse más bueno y más malvado:<br />
El leño de martirio a que yo estaba sujeto no era el que yo supiese: el hombre es malvado, ‐ sino el que<br />
yo gritase como nadie ha gritado aún:<br />
«¡Ay, qué pequeñas son incluso sus peores cosas! ¡Ay, qué pequeñas son incluso sus mejores cosas!»<br />
El gran hastío del hombre ‐ él era el que me estrangulaba y el que se me había deslizado en la garganta: y<br />
lo que el adivino había profetizado: «Todo es igual, nada merece la pena, el saber estrangula»<br />
Un gran crepúsculo iba cojeando delante de mí, una tristeza mortalmente cansada, ebria de muerte, que<br />
hablaba con una boca bostezante.<br />
«Eternamente retorna él, el hombre del que tú estás cansado, el hombre pequeño» ‐ así bostezaba mi<br />
tristeza y arrastraba el pie y no podía adormecerse.<br />
En una oquedad se transformó para mí la tierra de los hombres, su pecho se hundió, todo lo vivo<br />
convirtióse para mí en putrefacción humana y en huesos y en caduco pasado. Mi suspirar estaba sentado<br />
sobre todos los sepulcros de los hombres y no podía ponerse de pie; mi suspirar y mi preguntar lanzaban<br />
presagios siniestros y estrangulaban y roían y se lamentaban día y noche:<br />
‐ «¡Ay, el hombre retorna eternamente! ¡El hombre pequeño retorna eternamente!» Desnudos había<br />
visto yo en otro tiempo421 a ambos, al hombre más grande y al hombre más pequeño: demasiado<br />
semejantes entre sí, ‐ ¡demasiado humano incluso el más grande!