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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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corazón. Y de nuevo pensó Zaratustra dentro de sí: «¡Oh, cómo me agradan ahora estos hombres<br />

superiores!» ‐ pero no lo expresó, pues honraba su felicidad y su silencio.<br />

Mas entonces ocurrió la cosa más asombrosa de aquel asombroso y largo día: el más feo de los hombres<br />

comenzó de nuevo, y por última vez, a gorgotear y a resoplar, y cuando consiguió hablar, una pregunta<br />

saltó, redonda y pura, de su boca, una pregunta buena, profunda, clara, que hizo agitarse dentro del<br />

cuerpo el corazón de todos los que le escuchaban.<br />

«Amigos míos todos, dijo el más feo de los hombres, ¿qué os parece? Gracias a este día ‐ yo estoy por<br />

primera vez contento de haber vivido mi vida entera. Y no me basta con atestiguar esto. Merece la pena<br />

vivir en la tierra: un solo día, una sola fiesta con Zaratustra me ha enseñado a amar la tierra.<br />

“¿Esto era ‐ la vida?” quiero decirle yo a la muerte. `¡Bien! ¡Otra vez!”<br />

Amigos míos, ¿qué os parece? ¿No queréis vosotros decirle a la muerte, como yo: ¿Esto era ‐ la vida?<br />

Gracias a Zaratustra, ¡bien! ¡Otra vez!»<br />

Así habló el más feo de los hombres; y no faltaba mucho para la medianoche. ¿Y qué creéis que ocurrió<br />

entonces? Tan pronto como los hombres superiores oyeron su pregunta cobraron súbitamente<br />

consciencia de su transformación y curación, y de quién se la había proporcionado: entonces se<br />

precipitaron hacia Zaratustra, dándole gracias, rindiéndole veneración, acariciándolo, besándole las<br />

manos, cada cual a su manera propia: de modo que unos reían, otros lloraban. El viejo adivino bailaba de<br />

placer; y aunque, según piensan algunos narradores, entonces se hallaba lleno de dulce vino582,<br />

ciertamente se hallaba aún más lleno de dulce vida y había alejado de sí toda fatiga. Hay incluso quienes<br />

cuentan que el asno bailó en aquella ocasión: pues no en vano el más feo de los hombres le había dado<br />

antes a beber vino. Esto puede ser así, o también de otra manera; y si en verdad el asno no bailó aquella<br />

noche, ocurrieron entonces, sin embargo, prodigios mayores y más extraños que el baile de un asno. En<br />

resumen, como dice el proverbio de Zaratustra: «¡qué importa ello!»<br />

2<br />

Mas Zaratustra, mientras esto ocurría con el más feo de los hombres, estaba allí como un borracho: su<br />

mirada se apagaba, su lengua balbucía, sus pies vacilaban. ¿Y quién adivinaría los pensamientos que<br />

entonces cruzaban por el alma de Zaratustra? Mas fue evidente que su espíritu se apartó de él y huyó<br />

hacia adelante y estuvo en remotas lejanías, por así decirlo «sobre una elevada cresta, como está escrito,<br />

entre dos mares, ‐ entre lo pasado y lo futuro, caminando como una pesada nube». Poco a poco, sin<br />

embargo, mientras los hombres superiores lo sostenían con sus brazos, volvió un poco en sí y apartó con<br />

las manos la aglomeración de los veneradores y preocupados; mas no habló. De repente volvió con<br />

rapidez la cabeza, pues parecía oír algo: entonces se llevó el dedo a la boca y dijo: «¡Venid!»<br />

Y al punto se hizo el silencio y la calma en derredor; de la profundidad, en cambio, subía lentamente el<br />

sonido de una campana. Zaratustra se puso a escuchar, lo mismo que los hombres superiores; luego<br />

volvió a llevarse el dedo a la boca y volvió a decir: «¡Venid!<br />

¡Venid! ¡Se acerca la medianoche!» ‐ y su voz estaba cambiada. Pero continuaba sin moverse del sitio:<br />

entonces se hizo un silencio más grande y una mayor calma, y todos escucharon, también el asno, y los<br />

dos animales heráldicos de Zaratustra, el águila y la serpiente, y asimismo la caverna de Zaratustra y la<br />

luna redonda y fría y hasta la propia noche. Zaratustra se llevó por tercera vez el dedo a la boca y dijo:<br />

¡Venid!iVenid!¡Caminemos ya!Es la hora: ¡caminemos en la noche!<br />

3<br />

Vosotros hombres superiores, la medianoche se aproxima: ahora quiero deciros algo al oído, como me lo<br />

dice a mí al oído esa vieja campana, ‐ de modo tan íntimo, tan terrible, tan cordial como me habla a mí<br />

esa campana de medianoche, que ha tenido mayor número de vivencias que un solo hombre: ‐ que ya

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