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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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deseos de aquellos a quienes amaba: pues aún tenía muchas cosas que darles. Esto es, en efecto, lo más<br />

difícil, el cerrar por amor la mano abierta y el conservar el pudor al hacer regalos.<br />

Así transcurrieron para el solitario meses y años; mas su sabiduría crecía y le causaba dolores por su<br />

abundancia.<br />

Una mañana se despertó antes de la aurora, estuvo meditando largo tiempo en su lecho y dijo por fin a<br />

su corazón:<br />

«¿De qué me he asustado tanto en mis sueños, que me he despertado? ¿No se acercó a mí un niño que<br />

llevaba un espejo?<br />

“Oh Zaratustra ‐ me dijo el niño ‐, ¡mírate en el espejo!”<br />

Y al mirar yo al espejo lancé un grito, y mi corazón quedó aterrado: pues no era a mí a quien veía en él,<br />

sino la mueca y la risa burlona de un demonio.<br />

En verdad, demasiado bien comprendo el signo y la advertencia del sueño: ¡mi doctrina está en peligro,<br />

la cizaña quiere llamarse trigo!<br />

Mis enemigos se han vuelto poderosos y han deformado la imagen de mi doctrina, de<br />

modo que los más queridos por mí tuvieron que avergonzarse de los dones que yo les<br />

había entregado.<br />

¡He perdido a mis amigos; me ha llegado la hora de buscar a los que he perdido! » Al decir estas palabras<br />

Zaratustra se levantó de un salto, pero no como un angustiado que busca aire, sino más bien como un<br />

vidente y cantor de quien se apodera el espíritu.<br />

Extrañados miraron hacia él su águila y su serpiente: pues, semejante a la aurora, sobre su rostro yacía<br />

una felicidad cercana.<br />

¿Qué me ha sucedido, pues, animales míos? ‐ dijo Zaratustra. ¿No estoy transformado? ¿No vino a mí la<br />

bienaventuranza como un viento tempestuoso?<br />

Loca es mi felicidad, y cosas locas dirá: es demasiado joven todavía ‐ ¡tened, pues, paciencia con ella!<br />

Herido estoy por mi felicidad: ¡todos los que sufren deben ser médicos para mí!<br />

¡De nuevo me es lícito bajar a mis amigos y también a mis enemigos! ¡De nuevo le es lícito a Zaratustra<br />

hablar y hacer regalos y dar lo mejor a los amados!<br />

Mi impaciente amor se desborda en ríos que bajan hacia levante y hacia poniente. ¡Desde silenciosas<br />

montañas y tempestades de dolor desciende mi alma con estruendo a los valles!<br />

Demasiado tiempo he estado anhelando y mirando a lo lejos. Demasiado tiempo he pertenecido a la<br />

soledad: así he olvidado el callar.<br />

Me he convertido todo yo en una boca, y en estruendo de arroyo que cae de elevados peñascos: quiero<br />

despeñar mis palabras a los valles.<br />

¡Y lo haré aunque el río de mi amor se precipite en lo infranqueable! ¡Cómo no va a acabar encontrando<br />

tal río el camino hacia el mar!<br />

Sin duda hay en mí un lago, un lago eremítico, que se basta a sí mismo; mas el río de mi amor lo arrastra<br />

hacia abajo consigo ‐ ¡al mar!

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