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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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Omnicontentamiento que sabe sacarle gusto a todo: ¡no es éste el mejor gusto! Yo honro las lenguas y<br />

los estómagos rebeldes y selectivos, que aprendieron a decir «yo» y «sí» y «no».<br />

Pero masticar y digerir todo ‐ ¡ésa es realmente cosa propia de cerdos! Decir siempre sí ‐ ¡esto lo ha<br />

aprendido únicamente el asno y quien tiene su mismo espíritu! ‐ El amarillo intenso y el rojo ardiente:<br />

eso es lo que mi gusto quiere, ‐ él mezcla sangre con todos los colores. Mas quien blanquea su casa me<br />

delata un alma blanqueada.<br />

De momias se enamoran unos, otros, de fantasmas; y ambos son igualmente enemigos de toda carne y<br />

de toda sangre ‐ ¡oh, cómo repugnan ambos a mi gusto! Pues yo amo la sangre.<br />

Y no quiero habitar ni residir allí donde todo el mundo esputa y escupe: éste es mi gusto, ‐ preferiría vivir<br />

entre ladrones y perjuros. Nadie lleva oro en la boca. Pero aún más repugnantes me resultan todos los<br />

que lamen servilmente los salivazos; y el más repugnante bicho humano que he encontrado lo bauticé<br />

con el nombre de parásito: éste no ha querido amar, pero sí vivir del amor. Desventurados llamo yo a<br />

todos los que sólo tienen una elección: la de convertirse en animales malvados o en malvados<br />

domadores de animales: junto a ellos no levantaría yo mis tiendas.<br />

Desventurados llamo yo a todos aquellos que siempre tienen que aguardar, ‐ repugnan a mi gusto: todos<br />

los aduaneros y tenderos y reyes y otros guardianes de países y de comercios.<br />

En verdad, también yo aprendí a aguardar, y a fondo, ‐ pero sólo a aguardarme a mí. Y aprendí a<br />

tenerme en pie y a caminar y a correr y a saltar y a trepar y a bailar por encima de todas las cosas.<br />

Y ésta es mi doctrina: quien quiera aprender alguna vez a volar tiene que aprender primero a tenerse en<br />

pie y a caminar y a correr y a trepar y a bailar: ‐ ¡el volar no se coge al vuelo!<br />

Con escalas de cuerda he aprendido yo a escalar más de una ventana, con ágiles piernas he trepado a<br />

elevados mástiles: estar sentado sobre elevados mástiles del conocimiento no me parecía<br />

bienaventuranza pequeña, ‐ flamear como llamas pequeñas sobre elevados mástiles: siendo,<br />

ciertamente, una luz pequeña, ¡pero un gran consuelo, sin embargo, para navegantes y náufragos<br />

extraviados!<br />

‐ Por muchos caminos diferentes y de múltiples modos llegué yo a mi verdad; no por una única escala<br />

ascendí hasta la altura desde donde mis ojos recorren el mundo.<br />

Y nunca me ha gustado preguntar por caminos, ‐ ¡esto repugna siempre a mi gusto! Prefería preguntar y<br />

someter a prueba a los caminos mismos.<br />

Un ensayar y un preguntar fue todo mi caminar: ‐ ¡y en verdad, también hay que aprender a responder a<br />

tal preguntar! Éste ‐ es mi gusto:<br />

‐ no un buen gusto, no un mal gusto, pero sí mi gusto, del cual ya no me avergüenzo ni lo oculto. «Éste ‐<br />

es mi camino, ‐ ¿dónde está el vuestro?», así respondía yo a quienes me preguntaban «por el camino».<br />

¡El camino, en efecto, ‐ no existe!<br />

Así habló Zaratustra.<br />

De tablas viejas y nuevas<br />

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