Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA
Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA
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¡se acabaron los amores con la luna!<br />
¡Mirad! ¡Atrapada y pálida se encuentra ahí la luna ‐ antela aurora! ¡Pues ya llega ella, la incandescente, ‐<br />
llega su amor a la tierra! ¡Inocencia y deseo propio de creador es todo amor solar!<br />
¡Mirad cómo se eleva impaciente sobre el mar! ¿No sentís la sed y la ardiente respiración de su amor?<br />
Del mar quiere sorber, y beber su profundidad llevándosela a lo alto: entonces el deseo del mar se eleva<br />
con mil pechos.<br />
Besado y sorbido quiere ser éste por la sed del sol; ¡en luz quiere convertirse, y en altura y en huella de<br />
luz, y en luz misma!<br />
En verdad, igual que el sol amo yo la vida y todos los mares profundos. Y esto significa para mí<br />
conocimiento: todo lo profundo debe ser elevado ‐ ¡hasta mi altura!<br />
Así habló Zaratustra.<br />
De los doctos<br />
M ¡entras yo yacía dormido en el suelo vino una oveja a pacer de la corona de hiedra de mi cabeza, ‐<br />
pació y dijo: «Zaratustra ha dejado de ser un docto».<br />
Así dijo, y se marchó hinchada y orgullosa219. Me lo ha contado un niño. Me gusta estar echado aquí<br />
donde los niños juegan, junto al muro agrietado, entre cardos y rojas amapolas.<br />
Todavía soy un docto para los niños, y también para los cardos y las rojas amapolas. Son inocentes,<br />
incluso en su maldad.<br />
Mas para las ovejas he dejado de serlo: así lo quiere mi destino ‐ ¡bendito sea! Pues ésta es la verdad: he<br />
salido de la casa de los doctos: y además he dado un portazo a mis espaldas.<br />
Durante demasiado tiempo mi alma estuvo sentada hambrienta a su mesa; yo no estoy adiestrado al<br />
conocer como ellos, que lo consideran un cascar nueces.<br />
Amo la libertad, y el aire sobre la tierra fresca; prefiero dormir sobre pieles de buey que sobre sus<br />
dignidades y respetabilidades.<br />
Yo soy demasiado ardiente y estoy demasiado quemado por pensamientos propios: a menudo me quedo<br />
sin aliento. Entonces tengo que salir al aire libre y alejarme de los cuartos llenos de polvo.<br />
Pero ellos están sentados, fríos, en la fría sombra: en todo quieren ser únicamente espectadores, y se<br />
guardan de sentarse allí donde el sol abrasa los escalones.<br />
Semejantes a quienes se paran en la calle y miran boquiabiertos a la gente que pasa: así aguardan<br />
también ellos y miran boquiabiertos a los pensamientos que otros han pensado.<br />
Si se los toca con las manos, levantan, sin quererlo, polvo a su alrededor, como si fueran sacos de harina;<br />
¿pero quién adivinaría que su polvo procede del grano y de la amarilla delicia de los campos de estío?<br />
Cuando se las dan de sabios, sus pequeñas sentencias y verdades me hacen tiritar de frío: en su sabiduría<br />
hay a menudo un olor como si procediese de la ciénaga: y en verdad, ¡yo he oído croar en ella a la rana!<br />
Son hábiles, tienen dedos expertos: ¡qué quiere mi sencillez en medio de su complicación!