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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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Oh alma mía, inmensamente rica y pesada te encuentras ahora, como una viña, con hinchadas ubres y<br />

densos y dorados racimos de oro: ‐ apretada y oprimida por tu felicidad, aguardando a causa de tu<br />

sobreabundancia, y avergonzada incluso de tu aguardar.<br />

¡Oh alma mía, en ninguna parte hay ahora un alma que sea más amorosa y más comprehensiva y más<br />

amplia que tú! El futuro y el pasado ¿dónde estarían más próximos y juntos que en ti?<br />

Oh alma mía, te he dado todo, y todas mis manos se han vaciado por ti: ‐ ¡y ahora! Ahora me dices,<br />

sonriente y llena de melancolía: «¿Quién de nosotros tiene que dar las gracias? ¿el que da no tiene que<br />

agradecer que el que toma tome? ¿Hacer regalos no es una necesidad? ¿Tomar no es ‐ un apiadarse?»<br />

Oh alma mía, comprendo la sonrisa de tu melancolía: ¡También tu inmensa riqueza extiende<br />

ahora manos anhelantes!<br />

¡Tu plenitud mira por encima de mares rugientes y busca y aguarda; el anhelo de la sobreplenitud<br />

mira desde el cielo de tus ojos sonrientes!<br />

¡Y, en verdad, oh alma mía! ¿Quién vería tu sonrisa y no se desharía en lágrimas? Los ángeles mismos se<br />

deshacen en lágrimas a causa de la sobrebondad de tu sonrisa.<br />

Tu bondad y tu sobrebondad son las que no quieren lamentarse y llorar: y, sin embargo, oh alma mía, tu<br />

sonrisa anhela las lágrimas, y tu boca trémula, los sollozos.<br />

«¿No es todo llorar un lamentarse? ¿Y no es todo lamentarse un acusar?» Así te hablas a ti misma, y por<br />

ello, oh alma mía, prefieres sonreír a desahogar tu sufrimiento, ‐ ¡a desahogar en torrentes de lágrimas<br />

todo el sufrimiento que te causan tu plenitud y todos los apremios de la viña para que vengan viñadores<br />

y podadores!<br />

Pero tú no quieres llorar, no quieres desahogar en lágrimas tu purpúrea melancolía, ¡por eso tienes que<br />

cantar, oh alma mía! ‐ Mira, yo mismo sonrío, yo te predije estas cosas: ‐ cantar, con un canto rugiente,<br />

hasta que todos los mares se callen para escuchar tu anhelo,‐ hasta que sobre silenciosos y anhelantes<br />

mares se balancee la barca, el áureo prodigio, en torno a cuyo oro dan brincos todas las cosas malas y<br />

prodigiosas: ‐ también muchos animales grandes y pequeños, y todo lo que tiene prodigiosos pies ligeros<br />

para poder correr sobre senderos de color violeta,‐ hacia el áureo prodigio, hacia la barca voluntaria y su<br />

dueño: pero éste es el vendimiador, que aguarda con una podadera de diamante ‐ tu gran liberador, oh<br />

alma mía, el sin‐nombre ‐ ‐ ¡al que sólo cantos futuros encontrarán un nombre! Y, en verdad, tu aliento<br />

tiene ya el perfume de cantos futuros, ‐ ¡ya tú ardes y sueñas, ya bebes tú, sedienta, de todos los<br />

consoladores pozos de sonoras profundidades, ya descansa tu melancolía en la bienaventuranza de<br />

cantos futuros!<br />

Oh alma mía, ahora te he dado todo, e incluso lo último que tenía, y todas mis manos se han vaciado por<br />

ti: ‐ ¡el mandarte cantar, mira, esto era mi última cosa!<br />

El mandarte cantar, y ahora habla, di: ¿quién de nosotros tiene ahora ‐ que dar las gracias? O mejor:<br />

¡canta para mí, canta, oh alma mía! ¡Y déjame que sea yo el que dé las gracias!<br />

Así habló Zaratustra.<br />

La otra canción del baile<br />

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