Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA
Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA
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Y ahora vuestro espíritu se avergüenza de estar a merced de vuestras entrañas, y a causa de su propia<br />
vergüenza recorre caminos tortuosos y embusteros.<br />
«Para mí sería lo más elevado ‐ así se dice a sí mismo vuestro mendaz espíritu ‐ mirar a la tierra sin<br />
codicia y sin tener la lengua colgando, como el perro: ¡Ser feliz en el contemplar, con una voluntad ya<br />
muerta, ajeno a la rapacidad y a la avaricia del egoísmo ‐ frío y gris en todo el cuerpo, mas con ebrios<br />
ojos de luna!»<br />
«Lo más querido sería para mí ‐ así se seduce a sí mismo el seducido ‐ amar la tierra tal como la ama la<br />
luna, y sólo con los ojos palpar su belleza. Y el conocimiento inmaculado de todas las cosas sea para mí el<br />
no querer nada de las cosas: excepto el que me sea lícito yacer ante ellas como un espejo de cien ojos.»<br />
‐¡Oh, sensibles hipócritas, lascivos! A vosotros os falta la inocencia en el deseo: ¡y por eso ahora<br />
calumniáis el desear! ¡En verdad, no como creadores, engendradores, gozosos de devenir amáis vosotros<br />
la tierra!<br />
¿Dónde hay inocencia? Allí donde hay voluntad de engendrar. Y el que quiere crear por encima de sí<br />
mismo, ése tiene para mí la voluntad más pura.<br />
¿Dónde hay belleza? Allí donde yo tengo que querer con toda mi voluntad; allí donde yo quiero amar y<br />
hundirme en mi ocaso, para que la imagen no se quede sólo en imagen.<br />
Amar y hundirse en su ocaso: estas cosas van juntas desde la eternidad. Voluntad de amor: esto es<br />
aceptar de buen grado incluso la muerte. ¡Esto es lo que yo os digo, cobardes!<br />
¡Pero ahora vuestro castrado bizquear quiere llamarse «contemplación»! ¡Y lo que se deja palpar con<br />
ojos cobardes debe ser bautizado con el nombre de «bello»! ¡Oh, mancilladotes de nombres nobles!<br />
Mas ésta debe ser vuestra maldición, inmaculados, hombres del puro conocimiento, el que jamás daréis<br />
a luz: ¡y ello aunque yazcáis abultados y grávidos en el horizonte!<br />
En verdad, vosotros os llenáis la boca con palabras nobles: iy nosotros debemos creer que el corazón os<br />
rebosa, embusteros?<br />
Pero mis palabras son palabras pequeñas, despreciadas, torcidas: me gusta recoger lo que en vuestros<br />
banquetes cae debajo de la mesa.<br />
¡Con ellas puedo siempre todavía ‐ decir la verdad a los hipócritas! ¡Sí, mis espinas de pescado, mis<br />
conchas y mis cardos deben ‐ cosquillear las narices a los hipócritas!<br />
Aire viciado hay siempre en torno a vosotros y a vuestros banquetes: ¡vuestros lascivos pensamientos,<br />
vuestras mentiras y disimulos están, en efecto, en el aire!<br />
¡Osad primero creeros a vosotros mismos ‐ a vosotros y a vuestras entrañas! El que no se cree a sí mismo<br />
miente siempre. Una máscara de un dios habéis colgado delante de vosotros mismos, «puros»: en una<br />
máscara de un dios se ha introducido, arrastrándose, vuestra asquerosa lombriz.<br />
¡En verdad, vosotros engañáis, «contemplativos»! También Zaratustra fue en otro tiempo el chiflado de<br />
vuestras pieles divinas; no adivinó las enroscadas serpientes de que estaban llenas esas pieles.<br />
¡En otro tiempo me imaginé ver jugar el alma de un dios en vuestros juegos, hombres del puro<br />
conocimiento! ¡En otro tiempo me imaginé que no había mejor arte que vuestras artes!<br />
La distancia me ocultaba la inmundicia de serpientes y su mal olor: y que aquí rondaba, lasciva, la astucia<br />
de un lagarto. Pero me aproximé a vosotros: entonces llegó a mí el día ‐ y ahora él viene a vosotros, ‐