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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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Pero ésta es mi bendición: estar yo sobre cada cosa como su cielo propio, como su techo redondo, su<br />

campana azur y su eterna seguridad: ¡bienaventurado quien así bendice!<br />

Pues todas las cosas están bautizadas en el manantial de la eternidad y más allá del bien y del mal; el<br />

bien y el mal mismos no son más que sombras intermedias y húmedas tribulaciones y nubes pasajeras.<br />

En verdad, una bendición es, y no una blasfemia, el que yo enseñe: «Sobre todas las cosas está el cielo<br />

Azar, el cielo Inocencia, el cielo Casualidad y el cielo Arrogancia».<br />

«De casualidad» ‐ ésta es la más vieja aristocracia del mundo, yo se la he restituido a todas las cosas, yo<br />

la he redimido de la servidumbre a la finalidad.<br />

Esta libertad y esta celestial serenidad yo las he puesto como campana azur sobre todas las cosas al<br />

enseñar que por encima de ellas y a través de ellas no hay ninguna «voluntad eterna» que ‐ quiera. Esta<br />

arrogancia y esta necedad púselas yo en lugar de aquella voluntad cuando enseñé:<br />

«En todas las cosas sólo una es imposible ‐ ¡racionalidad!» Un poco de razón, ciertamente, una semilla<br />

de sabiduría, esparcida entre estrella y estrella, ‐ esa levadura está mezclada en todas las cosas298: ¡por<br />

amor a la necedad hay mezclada sabiduría en todas las cosas!<br />

Un poco de sabiduría sí es posible; mas ésta fue la bienaventurada seguridad que encontré en todas las<br />

cosas: que prefieren ‐ bailar sobre los pies del azar. Oh cielo por encima de mí, ¡tú puro!, ¡elevado! Ésta<br />

es para mí tu pureza, ¡que no existe ninguna eterna araña y ninguna eterna telaraña de la razón: ‐<br />

que tú eres para mí una pista de baile para azares divinos, que tú eres para mí una mesa de dioses para<br />

dados y jugadores divinos!<br />

Pero ¿te sonrojas? ¿He dicho tal vez cosas que no pueden decirse? ¿He blasfemado queriendo<br />

bendecirte? ¿O acaso es el pudor compartido el que te ha hecho enrojecer? ‐ ¿Acaso me ordenas irme<br />

y callar porque ahora ‐ viene el día?<br />

El mundo es profundo ‐: y más profundo de lo que nunca ha pensado el día300. No a todas las cosas les<br />

es lícito tener palabras antes del día. Pero el día viene: ¡por eso ahora nos separamos!<br />

Oh cielo por encima de mí, ¡tú pudoroso!, ¡ardiente! ¡Oh tú felicidad mía antes de la salida del sol! El día<br />

viene: ¡por eso ahora nos separamos!<br />

Así habló Zaratustra.<br />

De la virtud empequeñecedora<br />

1<br />

Cuando Zaratustra estuvo de nuevo en tierra firme no marchó derechamente a su montaña y a su<br />

caverna, sino que hizo muchos caminos y preguntas y se informó de esto y de lo otro, de modo que,<br />

bromeando, decía de sí mismo: «¡He aquí un río que con numerosas curvas refluye hacia la fuente!»<br />

Pues quería enterarse de lo que entretanto había ocurrido con el hombre: si se había vuelto más grande<br />

o más pequeño. Y en una ocasión vio una fila de casas nuevas; entonces se maravilló y dijo:<br />

¿Qué significan esas casas? ¡En verdad, ningún alma grande las ha colocado ahí como símbolo de sí<br />

misma!<br />

¿Las sacó acaso un niño idiota de su caja de juguetes? ¡Ojalá otro niño vuelva a meterlas en su caja!<br />

Y esas habitaciones y cuartos: ¿pueden salir y entrar ahí varones? Parécenme hechas para muñecas de<br />

seda; o para gatos golosos, que también permiten sin duda que se los golosinee a ellos.

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