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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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doce pies de ancho y tres meses de duración! Alguna vez vendrán al mundo, sin embargo, dragones<br />

mayores.<br />

Pues para que no le falte al superhombre su dragón, el superdragón, que sea digno de él: ¡para ello<br />

muchos soles ardientes tienen aún que abrasar la húmeda selva virgen! Vuestros gatos salvajes tienen<br />

primero que convertirse en tigres, y vuestros sapos venenosos, en cocodrilos: ¡pues el buen cazador<br />

debe tener una buena caza!<br />

¡Y en verdad, oh buenos y justos! Muchas cosas hay en vosotros que causan risa, ¡y ante todo vuestro<br />

miedo de lo que hasta ahora se ha llamado «demonio»! ¡Tan extraños sois a lo grande en vuestra alma<br />

que el superhombre os resultará temible en su bondad!<br />

¡Y vosotros, sabios y sapientes, huiríais de la quemadura de sol que produce la sabiduría, quemadura en<br />

la que el superhombre baña con placer su desnudez! ¡Vosotros, los hombres supremos con que mis ojos<br />

tropezaron! Ésta es mi duda respecto a vosotros y mi secreto reír: ¡apuesto a que a mi superhombre lo<br />

llamaríais – demonio!<br />

Ay, me he cansado de estos hombres, los más elevados y los mejores de todos: desde su «altura» sentía<br />

yo deseos de marchar hacia arriba, lejos, fuera, ¡hacia el superhombre! Un espanto se apoderó de mí<br />

cuando vi desnudos a estos hombres, los mejores de todos: entonces me brotaron las alas para alejarme<br />

volando hacia futuros remotos.<br />

Hacia futuros más remotos, hacia sures más meridionales que los que artista alguno haya soñado jamás:<br />

¡hacia allí donde los dioses se avergüenzan de todos los vestidos! Mas a vosotros, prójimos y semejantes,<br />

yo os quiero ver disfrazados y bien adornados, y vanidosos, y dignos, como «los buenos y justos». ‐Y<br />

disfrazado quiero yo mismo sentarme entre vosotros, ‐para conoceros mal a vosotros y a mí: ésta es, en<br />

efecto, mi última cordura respecto a los hombres.<br />

Así habló Zaratustra.<br />

La más silenciosa de todas las horas<br />

Qué me ha ocurrido, amigos míos? Me veis trastornado, acuciado, dócil a pesar mío, dispuesto a<br />

marchar ‐ ¡ay, a alejarme de vosotros!<br />

Sí, una vez más tiene Zaratustra que volver a su soledad: ¡pero esta vez el oso vuelve de mala gana a su<br />

caverna!<br />

¿Qué me ha ocurrido? ¿Quién me lo ordena? ‐ Ay, mi irritada señora lo quiere así, me ha hablado: ¿os he<br />

dicho ya alguna vez su nombre? Ayer al atardecer me habló mi hora más silenciosa: ése es el nombre de<br />

mi terrible señora. Y esto es lo que ocurrió, ‐ ¡pues tengo que deciros todo, para que vuestro corazón no<br />

se endurezca contra el que se va de repente!<br />

¿Conocéis el terror del que se adormece? ‐Hasta las puntas de los pies tiembla, debido a que el suelo le<br />

falla y los sueños comienzan. Ésta es la parábola que os digo. Ayer, en la hora más silenciosa, el suelo me<br />

falló: comenzaron los sueños.<br />

La aguja avanzaba, el reloj de mi vida tomaba aliento ‐, jamás había oído yo tal silencio a mi alrededor:<br />

de modo que mi corazón sintió terror.<br />

Entonces algo me habló sin voz: «¿Lo sabes, Zaratustra?» Y yo grité de terror ante ese susurro, y la<br />

sangre abandonó mi rostro: pero callé.

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