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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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Tú que en el hombre has visto<br />

Tanto un Dios como un cordero –<br />

Despedazar al Dios que hay en el hombre<br />

Y despedazar al cordero que hay en el hombre,<br />

Y reír al despedazar –<br />

¡Ésa, ésa es tu bienaventuranza!<br />

¡Bienaventuranza de una pantera y de un águila!<br />

¡Bienaventuranza de un poeta y de un necio!» ‐ ‐<br />

Cuando el aire va perdiendo luminosidad,<br />

Cuando ya la hoz de la luna<br />

Entre rojos purpúreos:<br />

‐ Hostil al día,<br />

A cada paso secretamente<br />

Segando inclinadas praderas de rosas,<br />

Hasta que éstas caen,<br />

Se hunden pálidas hacia la noche: ‐<br />

Así caí yo mismo en otro tiempo<br />

Desde la demencia de mis verdades,<br />

Desde mis anhelos del día,<br />

Cansado del día, enfermo de luz,<br />

‐ Me hundí hacia abajo, hacia la noche, hacia la sombra:<br />

Por una sola verdad<br />

Abrasado y sediento:<br />

‐ ¿Te acuerdas aún, te acuerdas, ardiente corazón,<br />

De cómo entonces sentías sed? ‐<br />

Sea yo desterrado<br />

De toda verdad,<br />

¡Sólo necio!<br />

¡Sólo poeta!<br />

De la ciencia<br />

Así cantó el mago; y todos los que se hallaban reunidos cayeron como pájaros, sin darse cuenta, en la<br />

red de su astuta y melancólica voluptuosidad. Sólo el concienzudo del espíritu no había quedado preso<br />

en ella: él le arrebató aprisa el arpa al mago y exclamó:<br />

«¡Aire! ¡Dejad entrar aire puro! ¡Haced entrar a Zaratustra! ¡Tú vuelves sofocante y venenosa esta<br />

caverna, tú, perverso mago viejo! Con tu seducción llevas, falso, refinado, a deseos y selvas<br />

desconocidos. ¡Y ay cuando gentes como tú hablan de la verdad y la encarecen! ¡Ay de todos los<br />

espíritus libres que no se hallan en guardia contra tales magos! Perdida está su libertad: tú enseñas e<br />

induces a volver a prisiones,‐ tú viejo demonio melancólico, en tu lamento resuena un atractivo reclamo,<br />

¡te pareces a aquellos que con su alabanza de la castidad invitan secretamente a entregarse a<br />

voluptuosidades!»<br />

Así habló el concienzudo; y el viejo mago miró a su alrededor, disfrutó de su victoria y se tragó, en razón<br />

de ella, el disgusto que el concienzudo le causaba.<br />

«¡Cállate!, dijo con voz modesta, las buenas canciones quieren tener buenos ecos; después de canciones<br />

buenas se debe callar durante largo tiempo. Así hacen todos éstos, los hombres superiores. Mas sin duda<br />

tú has entendido poco de mi canción. Hay en ti poco de espíritu de magia.»<br />

«Me alabas, replicó el escrupuloso, al segregarme de ti, ¡bien! Pero vosotros, ¿qué veo? Todos vosotros<br />

seguís ahí sentados con ojos lascivos ‐Vosotros, almas libres, ¡dónde ha ido a parar vuestra libertad! Casi

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