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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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¿Cuándo vas a beber esta gota de rocío que cayó sobre todas las cosas de la tierra, ‐ cuándo vas a beber<br />

esta extraña alma ‐ cuándo, ¡pozo de la eternidad!, ¡sereno y horrible abismo del mediodía!, cuándo vas<br />

a beber, reincorporándola así a ti, mi alma?»<br />

Así habló Zaratustra, y se levantó de su lecho junto al árbol como si saliese de una extraña borrachera: y<br />

he aquí que el sol aún continuaba estando encima exactamente de su cabeza. De esto podría alguien<br />

deducir con razón que Zaratustra, entonces, no estuvo dormido mucho tiempo.<br />

El saludo<br />

Hasta el final de la tarde no volvió Zaratustra a su caverna, después de haber buscado y errado largo<br />

tiempo en vano. Mas cuando estuvo frente a ella, a no más de veinte pasos de distancia, ocurrió lo que<br />

él menos aguardaba entonces: de nuevo oyó el gran grito de socorro. Y, ¡cosa sorprendente!, esta vez<br />

aquel grito procedía de su propia caverna. Era un grito prolongado, múltiple, extraño, y Zaratustra<br />

distinguía con claridad que se hallaba compuesto de muchas voces: aunque, oído de lejos, sonase igual<br />

que un grito salido de una sola boca.<br />

Entonces Zaratustra se lanzó de un salto hacia su caverna, y, ¡mira!, ¡qué espectáculo aguardaba a sus<br />

ojos después del que se había ofrecido ya a sus oídos! Allí estaban sentados juntos todos aquellos con<br />

quienes él se había encontrado por el camino durante el día: el rey de la derecha y el rey de la izquierda,<br />

el viejo mago, el papa, el mendigo voluntario, la sombra, el concienzudo del espíritu, el triste adivino y el<br />

asno; y el más feo de los hombres se había colocado una corona en la cabeza y se había ceñido dos<br />

cinturones de púrpura, ‐ pues le gustaba, como a todos los feos, disfrazarse y embellecerse. En medio<br />

de esta atribulada reunión se hallaba el águila de Zaratustra, con las plumas erizadas e inquieta, pues<br />

debía responder a demasiadas cosas para las que su orgullo no tenía ninguna respuesta; y la astuta<br />

serpiente colgaba enrollada a su cuello.<br />

Todo esto lo contempló Zaratustra con gran admiración; luego fue examinando a cada uno de sus<br />

huéspedes con afable curiosidad, leyó en sus almas y de nuevo quedó admirado. Entretanto los reunidos<br />

se habían levantado de sus asientos y aguardaban con respeto a que Zaratustra hablase. Y Zaratustra<br />

habló así:<br />

«¡Vosotros hombres desesperados! ¡Vosotros hombres extraños! ¿Es, pues, vuestro grito de socorro el<br />

que he oído? Y ahora sé también dónde hay que buscar a aquel a quien en vano he buscado hoy: el<br />

hombre superior ‐ ¡en mi propia caverna se halla sentado el hombre superior! ¡Mas de qué me admiro!<br />

¿No lo he atraído yo mismo hacia mí con ofrendas de miel y con astutos reclamos de mi felicidad?<br />

Sin embargo, ¿me engaño si pienso que sois poco aptos para estar en compañía, que os malhumoráis el<br />

corazón unos a otros, vosotros los que dais gritos de socorro, al estar sentados juntos aquí? Tiene que<br />

venir antes uno, ‐ uno que os vuelva a hacer reír, un buen payaso alegre, un bailarín y viento y fierabrás,<br />

algún viejo necio: ‐ ¿qué os parece?<br />

¡Perdonadme, hombres desesperados, que yo hable ante vosotros con estas sencillas palabras, indignas,<br />

en verdad, de tales huéspedes! Pero vosotros no adivináis qué es lo que vuelve petulante mi corazón: ‐<br />

‐ ¡vosotros mismos y vuestra visión, perdonádmelo! En efecto, todo aquel que contempla a un<br />

desesperado cobra ánimos. Para consolar a un desesperado ‐ siéntese bastante fuerte cualquiera.<br />

A mí mismo me habéis dado vosotros esa fuerza, ‐ ¡un buen don, mis nobles huéspedes! ¡Un adecuado<br />

regalo de huéspedes ! Bien, no os irritéis, pues, porque también yo os ofrezca de lo mío.<br />

Éste es mi reino y mi dominio: pero lo que es mío, por esta tarde y esta noche debe ser vuestro. Mis<br />

animales deben serviros a vosotros: ¡sea mi caverna vuestro lugar de reposo! En mi casa, aquí en mi<br />

hogar, nadie debe desesperar, en mi coto de caza yo defiendo a todos contra sus animales salvajes. Y

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