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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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¡Esta maldición contra vosotros, enemigos míos! ¡Pues acortasteis mi eternidad, así como un sonido se<br />

quiebra en noche fría! Casi tan sólo como un relampagueo de ojos divinos llegó hasta mí, ‐ ¡como un<br />

instante!<br />

Así dijo una vez en hora favorable mi pureza: «Divinos deben ser para mí todos los seres».<br />

Entonces caísteis sobre mí con sucios fantasmas, ¡ay, adónde huyó aquella hora favorable! «Todos los<br />

días deben ser santos para mí» ‐ así habló en otro tiempo la sabiduría de mi juventud: ¡en verdad,<br />

palabras de una sabiduría gaya!<br />

Pero entonces vosotros los enemigos me robasteis mis noches y las vendisteis a un tormento insomne:<br />

ay, ¿adónde huyó aquella sabiduría gaya?<br />

En otro tiempo yo estaba ansioso de auspicios felices: entonces hicisteis que se me cruzase en el camino<br />

un búho monstruoso, repugnante. Ay, ¿adónde huyó entonces mi tierna ansia?<br />

A toda náusea prometí yo en otro tiempo renunciar: entonces transformasteis a mis allegados y prójimos<br />

en llagas purulentas. Ay, ¿adónde huyó entonces mi más noble promesa?<br />

Como un ciego recorrí en otro tiempo caminos bienaventurados: entonces arrojasteis inmundicias al<br />

camino del ciego: y él sintió náuseas del viejo sendero de ciegos.<br />

Y cuando realicé mi empresa más difícil y celebraba la victoria de mis superaciones: entonces hicisteis<br />

gritar a quienes me amaban que yo era quien más daño les hacía.<br />

En verdad, ése fue siempre vuestro obrar: transformasteis en hiel mi mejor miel y la laboriosidad de mis<br />

mejores abejas.<br />

A mi benevolencia enviasteis siempre los mendigos más insolentes; en torno a mi compasión<br />

amontonasteis siempre a aquellos cuya desvergüenza no tenía curación. Así heristeis a mi virtud en su<br />

fe.<br />

Y si yo llevaba al sacrificio lo más santo de mí: al instante vuestra «piedad» añadía sus dones más<br />

grasientos: de tal manera que en el vaho de vuestra grasa quedaba sofocado hasta lo más santo de mí.<br />

Y en otro tiempo quise bailar como jamás había bailado yo hasta entonces: más allá de todos los cielos<br />

quise bailar. Entonces persuadisteis a mi cantor más amado.<br />

Y éste entonó una horrenda y pesada melodía; ¡ay, la tocó a mis oídos como un tétrico cuerno! ¡Cantor<br />

asesino, instrumento de la maldad, inocentísimo! Ya estaba yo dispuesto para el mejor baile: ¡entonces<br />

asesinaste con tus sones mi éxtasis!<br />

Sólo en el baile sé yo decir el símbolo de las cosas supremas: ‐ ¡y ahora mi símbolo supremo se me ha<br />

quedado inexpreso en mis miembros!<br />

¡Inexpresa y no liberada quedó en mí la suprema esperanza! ¡Y se me murieron todas las visiones y<br />

consuelos de mi juventud!<br />

¿Cómo soporté aquello? ¿Cómo vencí y superé tales heridas?¿Cómo volvió mi alma a resurgir de esos<br />

sepulcros?<br />

Sí, algo invulnerable, insepultable hay en mí, algo que hace saltar las rocas: se llama mi voluntad.<br />

Silenciosa e incambiada avanza a través de los años.

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