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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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lenta e inquisitivamente el aire, como alguien que en países nuevos gusta un aire nuevo y extraño. Luego<br />

comenzó a cantar con una especie de rugidos.<br />

2<br />

El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desiertos!<br />

‐ ¡Ah! ¡Qué solemne!<br />

¡Qué efectivamente solemne!<br />

¡Qué digno comienzo!<br />

¡Qué áfricamente solemne!<br />

Digno de un león<br />

O de un moral mono aullador –<br />

‐ Pero nada para vosotras,<br />

Encantadoras amigas,<br />

A cuyos pies por vez primera<br />

A mí, a un europeo,<br />

Entre palmeras<br />

Se le concede sentarse. Sela.<br />

¡Maravilloso, en verdad!<br />

Ahora estoy aquí sentado,<br />

Cerca del desierto y ya<br />

Tan lejos otra vez de él,<br />

Y tampoco en absoluto convertido en desierto todavía:<br />

Sino engullido<br />

Por este pequeñísimo oasis ‐:<br />

‐ Hace un instante abrió con un bostezo<br />

Su amable hocico,<br />

El más perfumado de todos los hociquitos:<br />

¡Y yo caí dentro de él,<br />

Hacia abajo, a través ‐ entre vosotras,<br />

Encantadoras amigas! Sela.<br />

¡Gloria, gloria a aquella ballena si a su huésped<br />

Tan bien trató! ‐ ¿entendéis<br />

Mi docta alusión?<br />

Gloria a su vientre<br />

Si fue así<br />

Un vientre‐oasis tan agradable<br />

Como éste: cosa que, sin embargo, dudo,<br />

‐ Pues yo vengo de Europa,<br />

La cual es más incrédula que todas<br />

Las esposas algo viejas.<br />

¡Quiera Dios mejorarla!<br />

¡Amén!<br />

Ahora estoy aquí sentado,<br />

En este pequeñísimo oasis,<br />

Semejante a un dátil,<br />

Moreno, lleno de dulzura, chorreando oro, ávido<br />

De una redonda boca de muchacha,<br />

Y, aún más, de helados<br />

Níveos cortantes incisivos dientes<br />

De muchacha: por los que languidece<br />

El corazón de todos los ardientes dátiles. Sela.<br />

Semejante, demasiado semejante<br />

A dichos frutos meridionales,<br />

Estoy aquí tendido, mientras pequeños

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