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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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«¡Quién crees que eres!, gritó en este momento el mago con voz altanera, ¿a quién le es lícito hablarme<br />

así a mí, que soy el más grande de los que hoy viven?» ‐ y un rayo verde salió disparado de sus ojos<br />

contra Zaratustra. Pero inmediatamente después cambió de expresión y dijo con tristeza:<br />

«Oh Zaratustra, estoy cansado, siento náuseas de mis artes, yo no soy grande ¡por qué fingir! Pero tú<br />

sabes bien que ‐ ¡yo he buscado la grandeza!<br />

Yo he querido representar el papel de un gran hombre, y persuadí a muchos de que lo era: mas esa<br />

mentira era superior a mis fuerzas. Contra ella me destrozo: Oh Zaratustra, todo es mentira en mí; mas<br />

que yo estoy destrozado ‐ ¡ese estar yo destrozado es auténtico!»<br />

«Te honra, dijo Zaratustra sombrío, bajando y desviando la mirada, te honra, pero también te traiciona,<br />

el haber buscado la grandeza. Tú no eres grande. Viejo mago perverso, lo mejor y más honesto que tú<br />

tienes, lo que yo honro en ti, es esto, el que te hayas cansado de ti mismo y hayas dicho: “yo no soy<br />

grande”<br />

En esto yo te honro como a un penitente del espíritu: y si bien sólo fue por un momento, en ese único<br />

instante has sido ‐ auténtico.<br />

Mas dime, ¿qué buscas tú aquí en mis bosques y entre mis rocas? Y cuando te colocaste en mi camino,<br />

¿qué prueba querías de mí? ‐ ¿en qué querías tentarme a mí?» ‐<br />

Así habló Zaratustra, y sus ojos centelleaban. El viejo mago calló un momento, luego dijo: «¿Te he<br />

tentado yo a ti? Yo ‐ busco únicamente.<br />

Oh Zaratustra, yo busco a uno que sea auténtico, justo, simple, sin equívocos, un hombre de toda<br />

honestidad, un vaso de sabiduría, un santo del conocimiento, ¡un gran hombre! ¿No lo sabes acaso, oh<br />

Zaratustra? Yo busco a Zaratustra. »<br />

Y en este instante se hizo un prolongado silencio entre ambos; Zaratustra se abismó profundamente<br />

dentro de sí mismo, tanto que cerró los ojos. Mas luego, retornando a su interlocutor, tomó la mano del<br />

mago y dijo, lleno de gentileza y de malicia:<br />

«¡Bien! Por ahí sube el camino, allí está la caverna de Zaratustra. En ella te es lícito buscar a aquel que tú<br />

desearías encontrar. Y pide consejo a mis animales, a mi águila y a mi serpiente: ellos te ayudarán a<br />

buscar. Pero mi caverna es grande.<br />

Yo mismo, ciertamente, ‐ no he visto aún ningún gran hombre. Para lo que es grande el ojo de los más<br />

delicados es hoy grosero. Éste es el reino de la plebe.<br />

A más de uno he encontrado ya que se estiraba y se hinchaba, y el pueblo gritaba: “¡Mirad, un gran<br />

hombre!” ¡Mas de qué sirven todos los fuelles del mundo! Al final lo que sale es viento.<br />

Al final revienta la rana que se había hinchado durante demasiado tiempo: y lo que sale es viento.<br />

Pinchar el vientre de un hinchado es lo que yo llamo un buen entretenimiento.<br />

¡Escuchad esto, muchachos!<br />

El día de hoy es de la plebe: ¡quién sabe ya qué es grande y qué es pequeño! ¡Quién buscaría con fortuna<br />

la grandeza! Un necio únicamente: los necios son afortunados.<br />

¿Tú buscas grandes hombres, tú extraño necio? ¿Quién te ha enseñado eso? ¿Es hoy tiempo de eso? Oh<br />

tú, perverso buscador, ¿por qué ‐ me tientas?»

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