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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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Nuevos caminos recorro, un nuevo modo de hablar llega a mí; me he cansado, como todos los creadores,<br />

de las viejas lenguas. Mi espíritu no quiere ya caminar sobre sandalias usadas.<br />

Con demasiada lentitud corre para mí todo hablar: ‐ ¡a tu carro salto, tempestad! ¡E incluso a ti quiero<br />

arrearte con el látigo de mi maldad!<br />

Como un grito y una exclamación jubilosa quiero correr sobre anchos mares, hasta encontrar las islas<br />

afortunadas donde moran mis amigos: ¡Y mis enemigos entre ellos! ¡Cómo amo ahora a todo aquel a<br />

quien me sea lícito hablarle! También mis enemigos forman parte de mi bienaventuranza.<br />

Y si quiero montar en mi caballo salvaje, lo que mejor me ayuda siempre a subir es mi lanza: ella es el<br />

servidor constantemente dispuesto de mi pie: ¡La lanza que arrojo contra mis enemigos! ¡Cómo les<br />

agradezco a mis enemigos el que por fin se me permita arrojarla!<br />

Demasiado grande era la tensión de mi nube: entre carcajadas de rayos quiero lanzar granizadas a la<br />

profundidad.<br />

Poderoso se hinchará entonces mi pecho, poderoso exhalará su tempestad por encima de los montes:<br />

así quedará aliviado.<br />

¡En verdad, semejantes a una tempestad llegan mi felicidad y mi libertad! Pero mis enemigos deben<br />

creer que es el Maligno el que se enfurece sobre sus cabezas.<br />

Sí, también os asustaréis vosotros, amigos míos, a causa de mi sabiduría salvaje; y tal vez huyáis de ella<br />

juntamente con mis enemigos.<br />

¡Ay, si yo supiese atraeros con flautas pastoriles a volver atrás! ¡Ay, si mi leona Sabiduría aprendiese a<br />

rugir con dulzura! ¡Y muchas cosas hemos ya aprendido juntos!<br />

Mi sabiduría salvaje quedó preñada en montañas solitarias; sobre ásperos peñascos parió su nueva,<br />

última cría. Ahora corre enloquecida por el duro desierto y busca y busca blando césped ‐ ¡mi vieja<br />

sabiduría salvaje!<br />

¡Sobre el blando césped de vuestros corazones, amigos míos! ‐ ¡sobre vuestro amor le gustaría acostar lo<br />

más querido para ella!<br />

Así habló Zaratustra.<br />

En las islas afortunadas<br />

Los higos caen de los árboles, son buenos y dulces; y, conforme caen, su roja piel se abre. Un viento del<br />

norte soy yo para higos maduros.<br />

Así, cual higos, caen estas enseñanzas hasta vosotros, amigos míos: ¡bebed su jugo y su dulce carne! Nos<br />

rodea el otoño, y el cielo puro, y la tarde.<br />

¡Ved qué plenitud hay en torno a nosotros! Y es bello mirar, desde la sobreabundancia, hacia mares<br />

lejanos.<br />

En otro tiempo decíase Dios cuando se miraba hacia mares lejanos; pero ahora yo os he enseñado a<br />

decir: superhombre.<br />

Dios es una suposición; pero yo quiero que vuestro suponer no vaya más lejos que vuestra voluntad<br />

creadora.

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