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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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Y cuando incluso son los últimos, y más animales que hombres: entonces la plebe sube y sube de precio,<br />

y al final la virtud de la plebe llega a decir: “¡mirad, virtud soy yo únicamente!”»<br />

‐¿Qué acabo de oír?, respondió Zaratustra: ¡Qué sabiduría en unos reyes! Estoy encantado y, en verdad,<br />

me vienen ganas de hacer unos versos sobre esto: ‐ aunque sean unos versos no aptos para los oídos de<br />

todos. Hace ya mucho tiempo que he olvidado el tener consideraciones con orejas largas. ¡Bien!<br />

¡Adelante!<br />

(Pero entonces ocurrió que también el asno tomó la palabra: y dijo clara y malévolamente)<br />

En otro tiempo ‐ creo que en el año primero de la salvación –<br />

Dijo la Sibila, embriagada sin vino:<br />

«¡Ay, las cosas marchan mal!<br />

¡Ruina!¡Ruina!¡Nunca cayó tan bajo el mundo!<br />

Roma bajó a ser puta y burdel,<br />

El César de Roma bajó a ser un animal, Dios mismo ‐ ¡se hizo judío!»<br />

2<br />

Los reyes se deleitaron con estos versos de Zaratustra; y el rey de la derecha dijo: «¡Oh Zaratustra, qué<br />

bien hemos hecho en habernos puesto en camino para verte!<br />

Pues tus enemigos nos mostraban tu imagen en su espejo: en él tú mirabas con la mueca de un demonio<br />

y con una risa burlona 462: de modo que teníamos miedo de ti.<br />

¡Mas de qué servía esto! Una y otra vez nos punzabas el oído y el corazón con tus sentencias. Entonces<br />

dijimos finalmente: ¡qué importa el aspecto que tenga!<br />

Tenemos que oírle a él, a él que enseña “¡debéis amar la paz como medio para nuevas guerras, y la paz<br />

corta más que la larga!”<br />

Nadie ha dicho hasta ahora palabras tan belicosas como: “¿Qué es bueno? Ser valiente es bueno. La<br />

buena guerra es la que santifica toda causa.<br />

Oh Zaratustra, la sangre de nuestros padres se agitaba en nuestro cuerpo al oír tales palabras: era como<br />

el discurso de la primavera a viejos toneles de vino.<br />

Cuando las espadas se cruzaban como serpientes de manchas rojas, entonces nuestros padres<br />

encontraban buena la vida; el sol de toda paz les parecía flojo y tibio, y la larga paz daba vergüenza.<br />

¡Cómo suspiraban nuestros padres cuando veían en la pared espadas relucientes y secas! Lo mismo que<br />

éstas, también ellos tenían sed de guerra. Pues una espada quiere beber sangre y centellea de deseo.»<br />

Mientras los reyes hablaban y parloteaban así, con tanto ardor, de la felicidad de sus padres, Zaratustra<br />

fue acometido por unas ganas no pequeñas de burlarse de su ardor:<br />

pues eran visiblemente reyes muy pacíficos los que él veía delante de sí, reyes con rostros antiguos y<br />

delicados. Mas se dominó. «¡Bien!, dijo, hacia allá sigue el camino, allá se encuentra la caverna de<br />

Zaratustra; ¡y este día debe tener una larga noche! Pero ahora me llama un grito de socorro que me<br />

obliga a alejarme de vosotros a toda prisa.<br />

Es un honor para mi caverna el que unos reyes quieran sentarse en ella y aguardar: ¡pero, ciertamente,<br />

tendréis que aguardar mucho tiempo!

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