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Federico Nietzsche ASÍ HABLO ZARATUSTRA

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‐Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, ‐ el anillo del retorno?<br />

Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues<br />

yo te amo, oh eternidad!<br />

¡Pues yo te amo, oh eternidad!<br />

7<br />

Si alguna vez extendí silenciosos cielos encima de mí, y con alas propias volé hacia cielos propios:<br />

Si yo nadé jugando en profundas lejanías de luz, y mi libertad alcanzó una sabiduría de pájaro: ‐ y así es<br />

como habla la sabiduría de pájaro: «¡Mira, no hay ni arriba ni abajo! ¡Lánzate de acá para allá, hacia<br />

adelante, hacia atrás, tú ligero! ¡Canta!, ¡no sigas hablando!<br />

‐ ¿Acaso todas las palabras no están hechas para los pesados? ¿No mienten, para quien es ligero, todas<br />

las palabras? Canta, ¡no sigas hablando!»<br />

Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, ‐ el anillo del retorno?<br />

Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues<br />

yo te amo, oh eternidad!<br />

¡Pues yo te amo, oh eternidad!<br />

Cuarta y última parte de<br />

Así habló Zaratustra<br />

Ay, den qué lugar del mundo se han cometido tonterías mayores que entre los compasivos? Y qué cosa<br />

en el mundo ha provocado más sufrimiento que las tonterías de los compasivos?<br />

¡Ay de todos aquellos que aman y no tienen todavía una altura que esté por encima de su compasión!<br />

Así me dijo el demonio una vez: «También Dios tiene su infierno: es su amor a los hombres.»<br />

Y hace poco le oí decir esta frase: «Dios ha muerto; a causa de su compasión por los hombres ha muerto<br />

Dios».<br />

Así habló Zaratustra (II).<br />

La ofrenda de la miel<br />

Y de nuevo pasaron lunas y años sobre el alma de Zaratustra, y él no prestaba atención a eso; mas su<br />

cabello se volvió blanco. Un día, cuando se hallaba sentado sobre una piedra delante de su caverna y<br />

miraba en silencio hacia afuera, ‐ desde allí se ve el mar a lo lejos, al otro lado de abismos tortuosos ‐ sus<br />

animales estuvieron dando vueltas, pensativos, a su alrededor y por fin se colocaron delante de él.<br />

«Oh Zaratustra, dijeron, ¿es que buscas con la mirada tu felicidad?»<br />

«¡Qué importa la felicidad!, respondió él, hace ya mucho tiempo que yo no aspiro a la felicidad, aspiro a<br />

mi obra.» ‐ «Oh Zaratustra, hablaron de nuevo los animales, dices eso como quien está sobrado de bien.<br />

¿No yaces tú acaso en un lago de felicidad azul como el cielo?» ‐ «Pícaros, respondió Zaratustra, y sonrió,<br />

¡qué bien habéis elegido la imagen! Pero también sabéis que mi felicidad es pesada, y no como una<br />

fluida ola de agua: me oprime y no quiere despegarse de mí y se parece a pez derretida.» ‐ Entonces los<br />

animales se pusieron a dar vueltas de nuevo, pensativos, a su alrededor, y otra vez se colocaron delante<br />

de él. «Oh Zaratustra, dijeron, ¿a eso se debe, pues, el que tú mismo te estés poniendo cada vez más

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